viernes, enero 16, 2009

Marave Martínez

Hay días en que Marave Martínez no quisiera dormir. Cuando cierra los ojos y entra en el primer sueño, ese en el que los párpados se cierran y la oscuridad hace presencia (la oscuridad y el olvido). Es un momento grato, luego empieza a deslizarse en un viaje de túneles estrechos, de paisajes desconocidos, lugares extraños que nunca antes ha visto, personas que desconoce, ante ella aparecen las imágenes. No son imágenes, son escenas, , situaciones en los que ella se desliza; no es la protagonista es una observadora, una testigo.
Cae de su sueño del limbo a una gran sala, fría y gris, un local deshabitado donde un actor famoso dirige una obra de teatro. Todos visten con harapos, recuerda a la película de “Marat-Sade” dirigida por Peter Weiss. El actor es muy histriónico, gesticula exageradamente explicando que es lo que quiere que hagan exactamente.
Abandona la sala buscando unos servicios atraviesa un pórtico y llega a un patio de colegio; los niños juegan, una mujer sentada en una silla les vigila. Le pregunta por los aseos y le indica una puerta ancha llena de pintadas, todo es gris y lóbrego. Cuando abre la puerta entra en un servicio sorprendéntemente limpio y nuevo. Se sienta y cae.
¿Dónde está?
Una voz dice:
« Cristina López Miranda. Diez y ocho años. Degollada»
Le muestran una fotografía; una muchacha de cara ovalada y fina, pelo largo y liso, peinado con descuido, ojos oscuros, cejas espesas.
Ve a Cristina en un despacho amplio, una mesa y dos sillas, unos archivos en la pared. Está hablando con su jefa.
«A las ocho vendrá el pintor. Quédate a esperarle, no te vayas hasta que termine. Mañana te veo. Cierra bien antes de irte. Aquí tienes las llaves.»
Cristina guarda las llaves en la bata blanca que lleva sobre sus pantalones vaqueros y su suéter de lana. La mujer se pone el abrigo y sale. Cristina se sienta y hojea una revista. Aparece el pintor lleva un mono azul, en la mano un cubo y unas brochas. Es un hombre de unos treinta años de complexión fuerte, y una barba rala, el cabello es oscuro. Cristina se ve menuda a su lado. Se acerca a ella. Parece que la fuera a besar. Saca un cuchillo y la degüella. La tumba en la mesa y recoge su sangre en el cubo, hasta la ultima gota. Con este liquido pinta las paredes de la sala. Se quita el mono y lo mete en una bolsa que tira en un contenedor de ropa usada que se encuentra en la calle.
La voz dice:
«Verónica Rebollés Marcos. Veintidós años. asesinada de un golpe en la cabeza.»
Ve la foto de Verónica. Lleva el pelo muy corto y tiene unos ojos grandes y claros. Ve la calle....
Grita:
!No, más no! !Más no!
La voz continua:
«Amanda Gutiérrez Torado. Veinte años.....»
!Más no!
«Flora Aranda Molina.......»
!No, no!
«Tania.....»
!Más, no!
.....
Marave siente su pecho oprimido. Se debate con las sabanas. Aun tiene la imagen de Cristina tumbada sobre la mesa, con su cabeza colgando. Se superponen las fotografías de las otras muchachas. Tiene que despertar. No quiere ver más, no quiere saber si es un asesino en serie o son varios asesinos. No quiere ver como lo hace. No tiene valor suficiente para seguir mirando, para seguir sabiendo. No cree que pueda hacer nada con estas revelaciones. ¿Ir a la policía? ¿Contar lo que ha visto? ¿Anotar los nombres? ¿Hacer ella una investigación por su cuenta? Buscar y ver si murieron en esas circunstancias? No, no quiere saber más, le duele el pecho eso lo deja para las películas, para los periodistas. Ella es una simple oficinista que quiere despertar, que mañana irá a su oficina y no podrá decir nada de lo que ha visto sin que la tachen de demente. Se tira,literalmente, al suelo. El dolor físico aleja un poco el sufrimiento del pecho. Se arrastra hasta la ducha y espera poder limpiarse completamente. Más calmada se prepara un café y escribe lo que ha visto....... En último término escribir la distancia y la libra del peso de sus sueños.

Imagen: "Muchacha sentada" Picasso

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