martes, junio 27, 2006




NOCHE
DE
VERANO


Se había sentado a la vereda del río bajo un viejo chopo. Contemplaba el brillo de la luna sobre el agua. Por mas que aguzaba el oído sólo se oía el cantar intermitente de los grillos o algún gup, glup de los sapos que saltaban al agua.

La noche era tibia, el aroma del hinojo, las violetas y los lirios la mareaban. La zozobra que se había instalado en su pecho la oprimía de tal forma que apenas podía respirar. Escuchaba pero no lograba oír el crujir de hojas aplastadas, ni de las ramas quebradas.

Gruesas nubes empezaron a cubrir el cielo, la bruma envolvía cuanto la rodeaba. Estaba cansada de los encuentros fugaces, de los besos furtivos, de la espera inútil, de vivir agazapada.
El agua la llamaba, su voz entre las piedras la seducía a seguirla a un mundo mas calmo, donde el corazón por fin se relajara.

Una caricia fresca envolvía sus piernas, un estremecimiento recorrió sus entrañas. Siguió caminando hasta que en su pecho sintió el mordisco del frío. Soñó por un instante que unos brazos la sacaban del agua y la dejaban tendida sobre la hierba. Fueron esos pocos segundos en los que la invadió el miedo.

La embargó una violencia irrefrenable de entregarse al abismo. La corriente la arrastró en su abrazo. Se abandonó mansa, sumisa…

Imagen: Ofelia por John everett Millais

1 comentario:

Marga dijo...

El dolor de Ofelia, la opresión de vivir agazapada y un agua calma... cómo resistirse?