sábado, abril 21, 2007


Duendecillos
de
cabellera
verde



Desde que llegó la primavera he tomado la costumbre de hablar con una urraca que se posa en el alero de la casa de enfrente. Creo que me escucha, por que apenas se mueve, a veces sale volando, intuyo que le gusta mi charla. Ella no es como las golondrinas que no paran de moverse siempre agitadas surcando el aire. Este año no han venido, tal vez el cambio climático las haya afectado y no vengan nunca más. Mejor, no me caían bien. Me gusta esta urraca de plumas brillantes blancas y negras.

Cuándo ha entrado la comida, la enfermera ha preguntado: “¿Con quién hablas? Me ha parecido oír voces…” Yo la he dicho: “Con nadie.” Temo que hagan como la ultima vez, que me manden a hablar con el psiquiatra de la residencia por si me estaba afectando la medicación. Y esto, se lo juro, no tiene que ver con la medicación, la urraca es mi amiga y me escucha. A veces también habla. Pero no quiero decírselo por que seguro que ellos no han leído “El Califa y la cigüeña”, las enfermeras de hoy en día no leen, solo saben de series de televisión, ésas las saben todas.

La urraca me ha pedido que grabe su historia pero yo le digo que nadie entendería lo que dice, que mejor lo escribo yo en una libreta. Claro que eso será después que escriba la mía.

Empezó todo después de una noche de marcha. Solíamos pasar todas las noches bebiendo vino o alcoholes mas duros de taberna en taberna. Siempre terminábamos borrachos, dando tumbos por las calles. Se había convertido en lo cotidiano, no lo que me paso esa noche, si no lo de beber todos los días. Lo que me paso esa noche fue algo excepcional, que desencadeno todo los acontecimientos que ahora cuento.

A la Urraca le he prometido de premio, si escucha toda la historia hasta el final, mi anillo de pedida con tres diamantes en hilera engastados en platino. Si cuento ahora lo de la pedida, no contaré esto otro que me ha apasado que es mucho más importante.

A lo que íbamos. Aquella noche, yo había pedido ron con cola, una verdadera guarrería, yo que era adicta al ron con limón me cambie esa noche. Ya había bebido unos cuantos, cuando me pareció ver pasar un duendecillo de cabellera verde. Todos se rieron de mi ocurrencia. Yo dije: “Si hay quien ve arañas grandes como tarántulas, no sé por que no puedo ver duendes de cabellera verde” Ellos replicaron. “No es lo mismo un delirium tremens que un cuento de hadas." Yo dije: "Los delirium tremens son cosas serias, de hombres. Las mujeres tenemos sueños con duendecillos verdes de largas cabelleras con pelos como hilos de seda y caras sonrosadas como zumo de fresa recién exprimido”. Se rieron de mí y siguieron bebiendo yo ya no quise mas cola y bebí solo ron, sin limón, sin agua ron puro que me metía de un trago en la garganta.

Fue esa noche cuando las cosas empezaron a cambiar. Los duendecillos me hablaban, decían: "!Sígueme! !Ven a nuestro reino!" Y yo les seguía. No eran como la urraca, eran mucho más trasparentes, irradiaban una luz rosada muy cálida que te invitaba a descansar.
Yo me había distanciado del grupo, iba sola, o eso creía. Me adentré en el parque, cada poco me metía un trago de una botella que había robado en uno de los bares. Estaba cansada, iba dando tumbos, mi cojera me hacia ir despacio y me costaba seguir a los duendes, si no fuera por la luz rosada que dejaban a su paso. Estaba cansada, eso ya lo he dicho, pero es que estaba mucho más cansada que antes. Tropecé y me caí. Y me quede allí tumbada, de pronto sentí un peso encima de mí y un olor a orines y ropa sucia. Un hombre pequeño, con tez renegrida se me había echado encima e intentaba violarme. Entonces vi a los duendecillos que me gritaban ¡Síguenos! Y yo, no sé de donde saque las fuerzas, cogí la muleta que tenia a mi lado y comencé a golpearle y golpearle hasta dejarle medio muerto. Aunque al día siguiente cuando leí las noticias supe que estaba muerto del todo. En el periódico decían que había sido un ajuste de cuentas y por su puesto yo no iba a decírselo a nadie.

La Urraca me mira con cara de no creerse lo que digo, le parece imposible que yo tan poquita cosa como soy tuviera fuerzas para matar a nadie. Es lo mismo que hubiera pensado la policía si se lo hubiera dicho. Veo que se aburre un poco, así que vuelvo a sacar mi anillo de pedida, entonces sus ojos se vuelven ambiciosos y brillan de emoción. Dice: “¿Dónde tienes el anillo de casada?” Yo insisto que esa es otra historia que si tuviera el anillo de casada no estaría aquí seguramente estaría sentada en mi casa zurciendo calcetines, ella quiere que le cuéntelo lo de los anillos, pero le digo que esto otro es más interesante, que no acaba más que empezar la historia, que si escucha hasta el final yo escribiré la suya en mi libreta. Suspira y se va volando.

Por mi ventana no puedo ver la calle, sólo los aleros de la casa de enfrente, casi podría tocarlos con la mano. Desde que me dan la medicación he dejado de ver los duendecillos verdes y eso me entristece porque eran alegres y muy cálidos, no como la habitación de este cuarto que es fría y dura. También extraño el ron, era caliente, caliente y abrigaba mi corazón por las noches. No como ahora que no duermo por el frío. Aquí para ahorrar calefacción la quitan por las noches y hace un frío tremendo. Estoy sola, no están mis amigos, solo enfermeras que me hablan en un tono agudo e imperioso. Me hace recordar las monjas, todo el día dando ordenes. Tienes que lavarte, tienes que comer, no me voy hasta que te tragues la pastilla, es hora de dormir, y apagan las luces. Yo me muero de miedo y lloro, me gustaría que estuvieran los duendes de cabellera verde como hilos de seda y su estela rosada y cálida.

La urraca ha pasado dos días sin venir pero por fin ha vuelto. La he enseñado el anillo y se ha puesto muy tiesecilla a escucharme.

Mi afición al ron venia de antes, cuando me quede compuesta y sin novio. Le daba tragos a la botella que tenia mi padre guardada en el armario, luego empece a robarlas de un supermercado sin que se dieran cuenta. No las podía comprar por que en ese tiempo a las mujeres no nos dejaban hacer nada, solo preparar el ajuar para la boda. Y si ya no había boda, tampoco habia ajuar que preparar. Mi madre se empeñaba en que tenia que seguir bordando manteles y sabanas, que nunca se sabia lo que podía pasar, que quizá tuviera otro novio. Yo no tenias ninguna gana de casarme, pero ella estaba deseando que me fuera de su casa, abrigaba esperanzas, luego ya no. Yo siempre inventaba que necesitaba salir a pasear, en casa me mareaba y me entraba claustrofobia. Ella me dejaba, sólo para librarse un rato de mi presencia, porque según ella: “Si quisiera, bien guapa era.” Pero, yo ya no quería más que ir a por ron. El ron es mejor que un amante, con cada beso que le das a la botella mas se te calienta el alma, luego se duerme satisfecha. Un día ya no volví del paseo, me quede con mis amigos, aunque ellos preferían la ginebra. La ginebra es banca y fría, como la luz del quirófano en el que me metieron cuando tuve el accidente. El ron no, el ron es caliente y tiene un color dorado y cálido.

La Urraca empieza a cansarse de mi charla. Saco mi anillo de platino y diamantes, según él, yo sé que es todo falso, que son solo culos de botella mal pulido porque cuando lo quise vender no lo quisieron. “Eso es chatarra” Me dijeron. “Chatarra de la mala.” Las urracas no distinguen, como mi madre tan avara que no se dio ni cuenta.

Si ya voy, ya sigo, no té impacientes. Las siguiente noches segui bebiendo para ver sí veía a los duendes. Paso más de un mes cuando volvieron, y ya no se marcharon más. Hasta que paso lo que paso.

Yo me adentraba en el parque buscándolos y siempre venia alguna aprovechado a intentar montarme. A veces conseguía defenderme con la muleta, aunque la mayoría eran ellos los que satisfacían sus deseos. Le cogí miedo a que me siguieran, pero no podía sustraerme de la influencia de los duendes. Seguí yendo al parque y me compré una navaja que llevaba escondida en el bolsillo de la mano que tenía libre.
La noche en que paso todo uno vino a intentarlo. Comencé a golpearle con el bastón con una mano y a clavar la navaja con la otra. Cayó al suelo. Venia con otro, que yo no había visto, que se abalanzó sobre mí y comenzó a golpearme en la cara, tiraba unos puños que hacían daño y comencé a sangrar, él seguía y yo intentaba darle con la garrota y le tiraba puntadas con la navaja. Él seguía pegando fuerte y yo sangrando. En eso estabamos, cuando paso una patrulla de la policía. Consiguió huir, me quede yo con el muerto, los dos en el suelo sangrando. Yo les oía hablar “Pobre criatura” Decían. No sé bien sí por él o por mí. “Hay que llamar a una ambulancia…”
Nadie creyó que había sido yo la que le había matado, buscaron al otro y lo encontraron. Le metieron en la cárcel. Yo les digo: “Si no he sido yo. ¿Por qué me retienen?” Y contestan: “ Es por tu bien, el ron te estaba haciendo daño.”
Yo sé que no es cierto, el ron es lo único bueno de esta vida, el ron y los duendes. Ya no los tengo, sólo te tengo a ti urraquita y solo por los diamantes que eres como mi madre…. ¡No vueles! ¡No te vayas! ¡Ven, que voy por la libreta. ! ¡Te prometo que después te doy el anillo!


5 comentarios:

Thérèse Bovary dijo...

¡Que cuento tan potente!

Besos, linda y dulce Fortunata.

¡Quiero más historias!

MentesSueltas dijo...

Hermoso, para releerr, me gustan mucho los duendes. Letras potentes, como dicen antes...

Dejo un abrazo desde Buenos Aires.

MentesSueltas

Gonzalo Villar Bordones dijo...

en estops días, también suelo hablar con fantasmas.

mentecato dijo...

¡Precioso!

Los viajes de Sisifa dijo...

Me acuerdo de la Garza.. !!!
Bellisimo!!