jueves, marzo 19, 2009


EL ENTIERRO DE LA SARDINA

La historia que te voy a contar es verídica, pasó cuando yo era pequeña. Las fiestas de Carnaval durante la república se hacían con mucho alboroto, pero desde que llegó Franco al poder se prohibieron para evitar que con las mascaras se cometieran delitos de venganza. Mi pueblo había tenido siempre una gran tradición. Mi hijita, la gente no se resignaba y seguía celebrándolo, eso sí, con la cara destapada y con la presencia de la guardia civil apuntando. La fiesta consistía en ponerse los disfraces que se había cosido durante todo el invierno y pasear así vestidos dando vueltas al rededor de la fuente de la plaza mientras los músicos tocaban. Eramos pobres, pero nos las ingeniábamos para hacernos lindos trajes con restos de ropa usada, tejiendo con mimbre gorros y corazas, teñíamos las hojas de maíz con el jugo de las moras, hilábamos los restos inservibles de la lana y los cocíamos con las cáscaras de las cebollas hasta obtener un color dorado, pasábamos el verano recogiendo, palos, conchas y semillas para en las largas noches de invierno realizar nuestros trajes

.- Abuela, no te enrolles y cuéntanos la historia.

.- Es que quiero que entiendas como era la vida entonces, cuando las mamás no iban a los chinos a comprar los trajes por que los hacíamos con nuestras propias manos

.- Que sí, abuela, que sí, pero cuenta de una vez que pasó.

Fue un martes de carnaval cuando se celebra el entierro de la sardina, allá a finales de los 50. Yo tenia pocos años pero recuerdo la sardina por que las mujeres se juntaron en el corral de nuestra casa a prepararla. La maestra era una muchacha callada, de grandes ojos verdes muy hábil con las manos. Preparó un armazón grandisimo con unas cañas y lo rellenaron con papeles, pajas y cosas inflamables. Luego con trapos hicieron las escamas, la cola la tejieron con unas hojas de palma, lo mismo que las aletas. Para la cara usaron una vieja sábana en la que la muchacha había pintado una boca de grandes labios rojos con el morrito hacia fuera que parecía fuera a dar un beso y los ojos redondos con grandes pestañas para que se notara que era hembra. Todas las mujeres se reían de la cara provocativa que habían conseguido y de pensar la expresión que pondrían los guardias, el cura y algún terrateniente. Las mujeres mientras trabajaban bebían vino de la tierra, un vino recio de mas de 16 grados que las ponía calientes y alegres, entonces soltaban la boca y hacían comentarios. Aquella noche se pusieron a hablar de “Perico el de los patos” Un joven de cabellos rizados cara redonda y ojos vivarachos. Le llamaban el de los patos por que cuando se abría la veda llegaba con un pato o dos colgados en la espalda. Nadie le conocía todavía novia aunque se contaban muchas historias.

Se pasaban el año preparando los disfraces y las canciones con que los acompañarían, esto les mantenía entretenidos los largos días de invierno. Durante los días que duraba el Carnaval salían a la plaza y paseaban al ritmo de la música, cada tres vueltas paraban y una familia cantaba y bailaba su parodia. El martes de Carnaval se vestían todos de negro y se quemaban una sardina, que preparaban las mujeres, y un gallo, que hacían los hombres. Se elegían jóvenes para representar la boda del gallo y la sardina y ante su presencia tenia lugar la lucha de los muñecos. Terminada la parodia se iba a la era donde habían preparado una hoguera muy alta y la quemaban mientas las plañideras lloraban y los hombres con cazuz y carracas entonaban unas marchas fúnebres… a los niños nos asustaban estas canciones y las acompañábamos con llantos más fuertes que los de las plañideras. La guardia civil vigilaba que todo se hiciera en paz y armonía. Pero la paz y armonía de los pueblos es pura apariencia…..

.- !Abuela! ¿Qué te pasa? Sigue la historia ¿Qué pasó?

.- ¿Dónde estábamos? !Ah sí! Preparando la sardina.
En las cuadras del vecino los hombres preparaban el gallo. Habían hecho un armazón de palos y le habían forrado con telas, una gran cresta roja salía de su cabeza y un pico abierto dispuesto a devorar lo que encontrara, tenia los ojos fieros y unos grandes espolones. Le habían puesto un mecanismo que accionaban dos hombres que le permitía mover las alas y la cabeza para la lucha que mantendría con la sardina antes de simular comérsela y acabar ambos en el fuego.

Dio la casualidad que el representante para la boda era Perico el de los patos y de las mujeres la joven maestra. Les disfrazaron con unas túnicas rudimentarias la de ella cubierta de escamas de colores azules y la de él con plumas rojas y un sombreo con una cresta encima.

A las siete de la tarde empezó la marcha, ella iba sobre una trono que llevaban cuatro mujeronas y a él le cargaban unos mozalbetes. Las niñas tocábamos campanillas y los niños silbatos hechos con juncos y cañas.

El desfile duró hasta las nueve en que unas mujeres sacaron a la sardina y los hombres al gallo. Se vistió a los dos jóvenes con sus túnicas y se les puso una corona de flores de almendro y se les subió a un trono para que presenciaran la batalla. La sardina bailaba al son cada vez más rápido de tambores. El gallo movía las alas e intentaba romperla con el pico. Cuando estaban maltrechos se llevaban a la hoguera que ya llevaba tiempo encendida para quitar el frío de finales de invierno. La gente se quedaba mirando como se quemaban, charlando y bebiendo bajo la mirada torva de los guardias. Cuando sonaron las doce campanadas todos se marcharon a la cama. Comenzaba la cuaresma y eso era sagrado en aquellos tiempos. Los dos jóvenes en su trono se habían puesto a hablar olvidados de todo. Perico le contaba sus ingenios para engañar a los patos y practicó algunos de sus cantos. La maestra le contó de su pueblo y sus hermanos. Perico se sentía tan augusto que le tomó una mano entre las suyas mientras ella seguía hablando. Después acercó la boca para estamparle un beso. Un golpe le hizo caer al pavimento. La maestra miraba asombrada a aquel par de fieras que le apuntaban con sus metralletas y que la levantaron de un cachete del asiento

.- Esta puta no puede ser la maestra de nuestros hijos. Debemos denunciarla y que se vaya.

Cada vez que Perico intentaba levantarse le daban otro golpe A ella se la llevaron a rastras a la casa de mi madre, diciendo que la encerrara y vigilara bien hasta que pasara el autobús de línea y pudieran llevársela. Mi madre no entendía que podía haber hecho esa niña tan prudente y silenciosa. Pero no le quedó otra que obedecer.

A Perico le metieron en el calabozo hasta que se hubo marchado la maestra.

.- ¿Y que habían hecho abuela? No lo entiendo.

.- Darse un beso, querida, solo eso.


2 comentarios:

mentecato dijo...

Bellísimas palabras, palabras de mar, de diamantes, de ríos profundos, de umbrales, de voces desde el brillo de los diamantes...

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Me sumo al comentario de Mentecato, pero mis palabras no dan para tanto...
El D.