martes, marzo 24, 2009

Cuando me desperté aun no había amanecido, tenía arena en los ojos, un dolor incierto en los omóplatos y un gusto seco en el fondo de la lengua. Tomé el lápiz y comencé a escribir el sueño que aun permanecía grabado en mis pupilas.


No era solo yo, eramos muchos; multitudes de hombres y mujeres llevando niños sobre las caderas, atados a la espalda, sujetos por la mano; hordas de harapientos desahuciados, fanáticos, locos.
Venían de todos los lugares; bajaban por las montañas, ascendían de los valles; salían de todas partes, detrás de las piedras, entre los arbustos; atravesaban desiertos de piedra blanca, nadaban desde el mar, luchaban contra las corrientes de los ríos; surgían de las grietas.
Su numero era incalculable. Sus rostros reflejaban la tristeza, el dolor, la fatiga. Atravesaban noches largas como serpientes, días opacos, mediodías deslucidos y lluviosos.
La vista reflejaba el rostro repetido en otros rostros. Se escuchaba siempre el mismo lamento ensordecedor. El corazón, agónico de belleza, buscaba con ansia ciega; solo hallaba vastas extensiones de soledad, llanuras inconmensurables de nostalgia, espacios infinitos de tristeza, largas procesiones de melancolía.

Caminábamos sin descanso, los pies sangrantes, las manos despellejadas, el rostro seco surcado por gruesas lineas de tristeza. Atravesamos mares densos de plomo derretido, planicies de rastrojos quemados con la ceniza cegándonos los ojos, valles cubiertos de lava todavía humeante. No parecía que la marcha fuera a tener fin.

Un relámpago encarnado dividió el cielo en dos partes una voz atronadora preguntó:

¿Quién de entre vosotros es capaz de elevaros de este infierno doloroso? ¿Quién puede trasmutar lo oscuro, denso y mineral de esta existencia? ¿Quién tiene el poder de elevaros con su vuelo a un firmamento luminoso de estrellas fugaces o a la inmaterialidad del vuelo de las garzas? ¿Quién posee el poder evocador de la belleza en sus palabras?

Las multitudes alzaron los brazos al cielo, los ojos húmedos por la emoción y las bocas sedientas de hermosura y gritaron al unísono

!Mentecato! !Mentecato! !Mentecato! Tiene el poder de engendrar belleza en todas sus palabras.


Este sueño, es verdad no es mentira, lo tuve una noche de este largo y frío invierno.

Aqui teneis el enlace de su página Mentecato

Imagenes: William Blake

2 comentarios:

Jesús dijo...

Sólo la fuerza de la palabra que cristaliza en el poema es cpaz de elevarnos de los infiernos. Suerte que yo no creo en el infierno pero si ha de haberlo como las meigas lo has descrito a la perfección. Un sermón de cura viejo no lo superaría.

mentecato dijo...

¡Honradísimo!