viernes, abril 10, 2009


EL TOPO Y LA ARDILLA


El Topo se ponía a la puerta de su madriguera a ver pasar los animales que iban por el camino. La verdad es que no veía mucho, no por que estuviera ciego que algo lo estaba, si no por que estaba tan preocupado por lo que pasaba por sus tripas que nunca se enteraba de nada. La Ardilla solía bajar por allí camino de la fuente, El Topo cada vez que la veía le decía algún piropo, la mayoría de las veces subidito de tono, La Ardilla se reía sin dar demasiada importancia a las groserías del cegato. A la vuelta, más por compasión, pues le daba pena un ser con las luces tan cortas, le traía alguna cosa de la fuente; una semilla de escaramujo, unas moras recién recolectadas, unos berros aun chorreantes de agua. El topo los despreciaba arguyendo cualquier motivo tonto.
Los días pasaban, El Topo con sus chascarrillos obscenos y La Ardilla con sus pequeños regalos despreciados. Un día le trajo un cestillo de fresas silvestres, pequeñas y dulces como pocas, pero El Topo no las aceptó diciendo.- Lo siento, pero hoy no me siento muy fino. La Ardilla ni le contestó y se fue comiendo las fresas camino a casa. Para sus adentros iba pensando. “Lo poco agrada y lo mucho cansa” A partir de ese día tomó otro camino para ir a la fuente. Y El Topo allí siguió pensando: “Si se me sube… Si se me baja…”


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1 comentario:

Anónimo dijo...

Por algo es ciego.
D.