viernes, noviembre 06, 2009


REMIENDOS

Mujer descomunal, descomunal era tu culo, descomunal tus tetas, descomunal tu hambre de comer y de sexo. Tu sencillez hacía que la indecencia careciera de pecado.

Llegabas los lunes antes del desayuno. Enseguida reconocía que eras tú porque habías olvidado tu dedo sobre el timbre, tan ansiosa venias a por el pan con mantequilla, la leche recién hervida pero sobre todo la nata. Siempre te la guardaban, sabiendo lo mucho que te gustaba batirla con azúcar y untarla sobre la tostada crujiente. Tú, como si fueras una reina, me consentías batirla hasta dejarla muy fina.
- Bate, niña, bate, hasta que la dejes como el chantilly.
No se si tu sabías lo que quería decir “chantilly”, yo, desde luego, no. Obedecia y batía hasta dejarla esponjosa y fina. Luego la ponías como una gran nube sobre el pan. Yo relamía la cuchara y tú limpiabas el plato a lametazos hasta no dejar ni rastro. Fue de ti de quien aprendí, la fea costumbre, según mi madre, de limpiar los platos a lenguetazos cuando algo me gustaba.
Yo recogía el desayuno, mientras tu escuchabas a mi madre la tarea que te tenían encomendada; hacer una bata para una de las niñas, un pijama, un babi de colegio, ….. cada lunes empezabas y terminabas una tarea distinta.
Te instalabas en el cuarto de jugar, sentada sobre una silla demasiado pequeña para ti, tras una mesa redonda donde apenas cabían tus muslos, con la maquina de coser a la derecha y la tabla de planchar a la izquierda. Comenzábamos la tarea.

Niña trae las tijeras
Sobrehilame esto.
Hilvaname aquello,
Sujeta aquí.
Tira mas fuerte.
Plancha esta costura...

Maestra y aprendiz pasábamos el día, rasga , corta, cose, plancha. Al terminar el día ahí estaba la bata, casi perfecta, una manga un poco mas larga que otra, las puntadas del bajo se notaban bastante, alguna costura estaba arrugada. Era lo mismo esa noche alborozada alguna de nosotras estrenaría algo, no importaba si los botones y los ojales no eran simétricos del todo. Si los bolsillos estaban un poco descentrados, si las rayas no casaban. Lo importante era la magia de ver la prenda hecha de un día para otro.

Me sentaba a tu lado, en una silla que me sobraba por todas partes. Aburrida de los largos días de invierno, sin ir al colegio, sin salir de casa a causa de mi enfermedad. Tú eras lo mejor en esos días. Metidas como estábamos en el cuarto de los juegos, jugábamos.

Acabado el ritual del desayuno. Yo iba poniendo sobre la mesa, las tijeras, el carboncillo, la tela, los acericos, las agujas y los hilos, preparaba la maquina, llenaba las canillas. Mientras tu cogiendo algún pijama viejo de modelo, pintabas, cortabas e hilvanabas.
- Niña dejarme que te pruebe a ver como te queda.
Tirabas de la manga, acortabas el dobladillo, simulabas que fuera mas gruesa, o mas alta, como alguna de mis hermanas.
Con la proximidad de la prueba me atrevía y acariciarte el pelo de panocha que llevabas. Entonces te decía.
- Dí que hiciste el domingo.
- Niña solo si me prometes que tu no cuentas nada.
- Cuentame, cuentame
Te pedía entre besos y carcajadas, que aunque me martiricen en la hoguera yo, como una santa, no contaría nada.
- Que tonterías dices criatura, sientate y ponte con las sumas, que tu madre ha dicho que hagas las tareas.
Yo sacaba mi libreta, el lápiz y la goma y me sentaba a tu lado solo pendiente de tus palabras, haciendo como que ponía números a las cuentas.

La primera parte del domingo era bastante aburrida, que si habías o no discutido con la dueña de la pensión en que vivías, por el tiempo en la ducha, o con la Mari, una planchadora que se daba aires de grandeza porque un señor muy mayor, que abusaba de ella todo lo que quería, le había regalado un abrigo de piel de conejo que se caía a trozos. Y aunque, por fin se había quedado viudo, de casarse nada. Que bien la veías tú cenar las sopas de ajo de la patrona que ni una punta de chorizo tenían. Una muerta de hambre eso es lo que era, no como tu que bien comida y bien cenada llegabas de las casas en que trabajabas.
Esta parte te escuchaba haciendo de verdad las tareas, porque era siempre lo mismo, pero te hacia entrar en calor, y coger carrerilla.
Luego estaba la misa con la mantilla negra que te habías bordado, lo guapa que ibas con tus labios rojos y tus uñas recién pintadas color sangre, y los ojos con rimel. La misa casi siempre se quedaba en miradas a delante, a tras, a los lados, por ver si conocías a alguien. Menos cuando veías a Don Ángel, un cura joven con el que te gustaba confesarte porque oías su respiración entrecortada con olor a tabaco mentolado, mientras tu le contabas tus pecados, hasta hacerle sudar, y él apenas te ponía penitencia.
Luego tomabas un aperitivo en el bar de Anselmo un limpiabotas de tu pueblo.
Comías el menú del día en una taberna de Arapiles que conocías a la cocinera, y que siempre te guardaba algo de dulce que hubiera sobrado, tu siempre tan golosa.

De vez encuando entraba mi madre. Nosotras nos hacíamos las modosas, tu cosiendo y yo aplicada con las cuentas.
- ¿Va todo bien por aquí? ¿Necesita algo de la calle? ¿Y esta niña, no estará molestando? ¿Cómo llevas las tareas?
- Un hilo, unos botones, ....siempre pedías algo.
- Mira, ya casi he terminado.
Se iba sin mirar, dejando una estela de su perfume caro en el aire.
Ya, tranquila, sabiendo que nadie nos interrumpiría, me cotabas lo del cine.

Después de comer te metías en el cine, un programa doble de esos de sesión continua que podías pasar la tarde entera si querías. Te sentabas en las últimas filas. La verdad es que nunca te enterabas mucho de las películas, preocupada como estabas por los hombres. Había uno calvo, un poco grueso que se sentaba a tu lado. te pasaba la mano por las rodillas, y te levantaba un poco las faldas, hasta llegar al muslo justo por encima de la liga, entonces acariciaba la piel desnuda, subiendo cada vez mas hasta tocar tu sexo húmedo que no protegías con nada, luego tomaba tu mano y la llevaba a su miembro duro para que se le acariciaras. Había que tener cuidado para que cuando pasara el acomodador con la linterna no os pillara, os iluminara y os echara de la sala. El calvo no era el único, había otro enjuto, con un bigotillo estrecho, enclenque y miserable que solo quería tocarte las tetas y se empeñaba en meter su mano por los entresijos de tu ropa. Tus favoritos con todo eran los soldaditos que estaban haciendo el servicio militar, venían de pueblos remotos y olvidados y se sentían terriblemente solos. Esos te gustaban por que se apoyaban en tu pecho esperando que les acariciaras la cabeza mientras ellos te acariciaban el sexo, sin pedir mas que de vez en cuando un beso. Y cuando tu olor les excitaba tanto que se corrían sin poder evitarlo, lloraban en tu regazo como niños pequeños. A estos no volvías a verlos, no te importaba, eran todos iguales, pelo grasiento, cara granulosa, narices grandes y ojos pequeños, olían a boñigas de vaca, a guiso con tocino rancio, con ademanes torpes y ansiosos, nunca se quedaban a la segunda sesión y siempre dejaban una moneda en tu escote.

Yo te hacia preguntas ¿Te dijo su nombre? ¿Qué edad tenía? ¿Dijo si volvería la semana siguiente? Pero tu me apartabas como un moscardón molesto.
- Vete a ver si ya está la comida.
El menú de los lunes era siempre el mismo; alubias con chorizo y morcilla, filete empanado y plátano.
Las judías yo las odiaba así, que estabas de suerte, te comías dos platos.
Por la tarde nos separaban, a mi me mandaban a la cama a echar la siesta, y tu escuchabas la novela de la radio con las otras muchachas que ayudaban en casa. Llegaban mis hermanas y el alboroto. Mientras se probaban lo que habías hecho te tomabas el café con magdalenas. Finalmente cosías dobladillos, pegabas botones, bordabas los ojales y terminabas la prenda. Cenabas tu sopa con tortilla y te ibas a tu casa.

Un día me dijiste
- ¿Me ha preguntado que si nos casamos?
- ¿Quién? ¿Quién?
- Quien va a ser Don Anselmo.
- ¿Don Anselmo el limpiabotas?
- Si ese mismo.
- Pero si ese no va al cine contigo.
- Mira que eres tonta, criatura. ¿Qué tendrá que ver el cine con el matrimonio? Se ha quedó viudo con tres hijos y me ha pedido que me case. Necesita una mujer para llevar la casa.
- Entonces dejarás de venir a coser a la nuestra.
- Que tonterías dices. Como que se vive del sueldo de limpiabotas.

La verdad es que yo debía ser tonta de remate por que no entendía nada. Si don Anselmo nunca te había besado.
Lo cierto es que a partir de ese día dejaste de ir al cine y lo que contabas me aburría mortalmente. Empecé a buscarme escusas para no ayudarte,
Yo crecía y tenía mucho que estudiar para aprobar el bachillerato. Así nos fuimos distanciando y un día no volviste mas a casa.

Pero me quedó de ti el gusto por la costura.


Imagen tomada de google

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso relato, lechucita. Me parece verlas a ambas. Y a ella y sus personajes. Y a ti, simulando hacer las tareas.
Un abrazo
D.

mentecato dijo...

¡Magnífico! Me encantó porque me hizo recordar a los viejos maestros españoles de la literatura tan amados por mí. Ese fraseo tan hispano que me deleitó en mi adolescencia y que me hizor amar las buenas letras.

Un abrazo desde el fin del mundo.

mentecato dijo...

Fe de erratas:

Dice: 'que me hizor amar las...'

Debe decir: 'que me hizo amar las...'

ybris dijo...

Curiosas las realidades que laten en el fondo de la ficción de los relatos.
Hay recuerdos que se quedan grabados por el simple hecho de evocarlos.
O de imaginarlos.
Un bello relato éste visto desde la sorpresa infantil ante la complejidad del mundo adulto.

Besos.

Esther Hhhh dijo...

Precioso relato, me ha encantado, Fortu, me ha enganchado del principio al final...

Besos londinenses

Meigo, aprendiz de Druida dijo...

Ayyy, eres una artista. Excelente relato. Genial.
Besos.