domingo, agosto 22, 2010

RONQUIDOS II


Roncar es un acto natural, como mear, cagar, o tirarse pedos, y como estos está estigmatizado. Ustedes dirán ¿ A que viene todo esto? Ya lo sabemos, en los hombres se tolera con desgana, pero en las mujeres… En las mujeres ni soñarlo.


Se lo cuento por que viene al caso de lo que me pasó el otro día.

Me invitaron a una boda, yo no soy muy amiga de las bodas, pero esta era de mi ahijada. Así que fui con ganas de pasarlo bien y no ser una aguafiestas. Me esmeré con el vestido; un traje de seda natural traída de la india, yo misma me lo hice, una falda recta que llegaba a los tobillos con una raja que subía por el muslo y una chaqueta de cuello Mao ceñida al cuerpo marcando la silueta, el pelo me lo recogí con un tocado de plumas moradas, haciendo juego con las sandalias y el pequeño bolsito de pedrerías. Cuando me vi en el espejo me di casi sobresaliente. En las orejas me puse unos pendientes de amatista, traídos de Uruguay y una finísima gargantilla también de la misma piedra.
Carmencita, así se llama mi ahijada, me puso en una mesa de “singles” (solter@s, viud@s o separad@s con ganas de encontrar pareja) Yo me esfuerzo en explicarle que yo vivo muy bien sola. Pero estaba dispuesta a darle gusto y no quería enfadarme por cosa tan pequeña. Éramos ocho en una mesa circular en un rincón de la sala...
No se me asusten no voy a entrar en todos los detalles de la fiesta, sólo les diré que lo primero que hicimos fue echarnos una mirada y valorarnos, podría asegurar que de primeras a ninguno nos gusto ninguno de los otros, pero pronto corrió el vino y las risas y las ganas de pasarlo bien a toda costa, luego vino el champán y los cubatas, y el baile, y mas champán, y mas cubatas… Como nadie parecía tener demasiado interés por nadie cambiamos de pareja varias veces, finalmente parecimos decantarnos, más por cansancio que por interés. Yo terminé bailando con un tal Joaquín Ramírez (Quimet). Divorciado, hacía ya mas de tres años, abogado, peludo, algo grueso y medio calvo. Mejoraba su presencia con un traje de alpaca claro, una camisa de seda color crema y una corbata que recordaban las dunas del desierto y que pronto guardó en un bolsillo. Quimet hablaba mucho y me iba apretando más con cada baile y con cada sorbito. Como los dos nos alojábamos en el mismo hotel (Está de moda casarse en pueblos medievales, en iglesias en ruinas, alejadas de las grandes ciudades) pensamos que por una noche podíamos dormir juntos. No les cuento detalles de los juegos amorosos, su imaginación puede hacer el trabajo. Lo que quiero contarles es lo que pasó después. Quimet encendió un cigarrillo y se puso a hablar entusiasmado de un caso importante en el que estaba trabajando que tenía que ver con la mafia de Marbella. Su voz era grave, vibraba en su pecho donde yo tenia apoyada la cabeza. Pronto deje de percibir el sentido de las palabras y me concentré en su sonoridad y fui poco a poco quedándome dormida. De pronto me zarandeó
- !!Tú roncas!! ¿Por qué no me lo has dicho?
- Ronco, sí ronco, y también me tiro pedos. Dije al tiempo que atroné la habitación con un sonoro cuesco con aroma a espárragos, pastel de manzanas con reducción de Oporto y un poco de whisky todo ello fermentado - Y meo y cago - añadí mientras cogía mi ropa y accesorios- Pero eso lo haré en mi cuarto- y me fui a dormir tranquilamente en la soledad de mi cama.

Imagen: Ozámiz Fortis

2 comentarios:

Anita Dinamita dijo...

Me encanta! No solo por lo transgresor ;) sino por lo bien que te lleva, deseando ese ronquido que terminará con el relato, pero saboreando cada palabra festiva.
Abrazos!

Anónimo dijo...

Me gustó mucho, aunque encuentro que el final fue algo abrupto.
Un abrazo sonoro
D.