sábado, octubre 27, 2012

La manzana de....




— Por favor, ¿la calle Embajadores? Al salir del metro se había quedado desconcertada, una gran rotonda de la que salían múltiples calles se mostró ante sus ojos.
— ¿A qué número va?
— Al 41
— Entonces a la derecha, Es fácil, bordea la rotonda, pasa la casa de baños y la primera no, la segunda a la derecha, una calle estrecha y oscura, es Embajadores.
— !Gracias¡
Atravesó, una calle ancha, luego otra, la casa de baños  con su muro blanco, una, dos, a la derecha, y sí,  pudo leer el letrero! Embajadores! Era una zona bulliciosa y multiétnica de la ciudad, pakistaníes, indios, subsaharianos, magrebíes, ecuatorianos, dominicanos, norteamericanos y un largo etcétera pululaban por allí. Alguno se le quedaban mirando mientras pasaba con su triciclo eléctrico, pero la mayoría iba a lo suyo. ¿Qué sería lo suyo?
La calle era estrecha y llena de pequeños comercios: Un bazar chino lleno de colores, una frutería marroquí, una tienda de deportes con ropa que parecía llevara años en el escaparate, un puesto de kebab que llenaba la calle de olor especiado. Más adelante estaba la iglesia a la que se acedia por una escalinata, el edificio más sólido de la calle, con sus mendigos a la puerta y el sonido monótono de plegarias. Un poco más y ahí estaba !El mercado de San Fernando! ¿Qué tendrían que ver los santos con los mercados? Si quería entrar tendría que subir un montón de escaleras. Se bajo de su motorcito y esperó a que pasara algún joven al que pedirle ayuda, pronto apareció un moreno con pelo largo y rastas que  la subió sin esfuerzo. Este mercado no era como el de San Miguel o el de San Antón que habían sido reformados y convertido en  lugares fashion. No, este era un mercado de toda la vida, viejo, que se había ido quedando medio vacío, como otros muchos de la ciudad, oprimidos por las grandes superficies y los impuestos abusivos. Un grupo de jóvenes alternativos habían tenido la idea de alquilarles y darle vida  al mercado con un nuevo concepto. Puestos: de comida vegetariana, de panes y empanadas, de quesos del mundo,  de verduras ecológicas,  de libros de segunda mano al peso,…, y una oferta de tapas a un euro.
Hoy además había un acto literario en el patio central. “Ellas cuentan” organizado por el taller de Clara Obligado. Evas que ofrecían una manzana a Adán.
Lo primero que hizo fue comprar una manzana, roja, brillante, apetitosa, por si encontraba un Adán a quien tentar,  y la guardo cuidadosamente envuelta en una servilleta de papel  para que no perdiera su lozanía en toda la velada.
El acto no había empezado y pudo dar un paseo por los puestos. Tomó una tapa de queso camambert con una salsa de chile, salpicada por encima de cilantro, la salsa apagaba el sabor del queso, no le pareció un buen maridaje. Bebió una cerveza en el antiguo bar regentado por un matrimonio que llevaba allí mas de treinta años y que a estas alturas cuando ya estaban cansados veían florecer el negocio con botellines a un euro y su tapa de callos con garbanzos. En el puesto vegetariano que llevaba una peruana comió un trozo de pizza con queso feta y albahaca y un pisco souer; con cada sorbo fue recordando; el valle del Elqui, los geiser de Atacama, los lagunas de Petrohué y las noches de Santiago: Bellavista, San Antonio, el parque de las esculturas,…, el vaso  era pequeño y no dio para mucho.
Ya se agolpaba la gente en torno al micrófono que Clara sostenía y empezaron a sonar sus explicaciones acerca del evento. Se presentaron varias escritoras que habían participado en sus talleres y que habían ganado diversos premios, más o menos prestigiosos, que hacían les daban un currículo de escritor que iba cobrando fama.
Clara había sido pionera en los talleres literarios en España, que  ahora proliferaban  y de los estaban surgiendo una caterva de escritores que se lanzaban a presentarse a premios, tenían blogs y publicaban antologías, …, ella era una más de las que asistía a talleres, tenía un blog y hasta se había presentado a algún concurso, aunque esto último no le gustaba, mediatizaba lo que le apetecía escribir. El mundillo que se creaba alrededor de la escritura, le gustaba sólo hasta cierto punto, le parecía interesante ver lo que escribía otra gente pero no le interesaba formar parte de un grupo, eso la cansaba enormemente, las relaciones sociales, los comentarios amables en los blogs, las presentaciones de libros y revistas... si uno se dedicaba a eso ¿qué tiempo quedaba para escribir? y ella lo que le gustaba era escribir, ni siquiera publicar, ni formar parte de todos los proyectos que proliferaban por la red. Alguno de vez en cuando estaba bien !pero tantos! De hecho ese mundo la abrumaba de tal forma que llegaba un momento que era incapaz de escribir. Los talleres le interesaban por que la enfrentaban con sus propios textos y,  si el que lo impartía era bueno, aprendía a corregir.
—Cuando Eva dio la manzana a Adán…. — así comenzaban las presentaciones de las escritoras, 
Empezó a mirar a los asistentes por ver si había algún Adán pero lo cierto que quitando alguno que acompañaba a su chica, la gran mayoría eran mujeres.
Después las micro-locas leyeron algún microcuento del libro que habían publicado “Aldea de F”, cada una con su voz y con su ingenio particular. ¿Era necesario ser ingenioso para ser escritor? últimamente tenia la impresión que eso era lo que gustaba. Ella, definitivamente, de ingeniosa no tenía un pelo y tampoco iba a gastar su poca energía en intentar serlo.
Para terminar una cuenta cuentos contó  un cuento de Clara Obligado (Y valga la redundancia) El micro  hablaba de una charcutería llena de chorizos, morcillas, salamis, morcones,.… firmes y duros que estimulaban la imaginación de la compradora.
En definitiva, la lectura resulto más bien breve pero amena, después venia la compra de ejemplares, las firmas y la música. Con la compra de un libro te daban un ticket para cerveza y números para la rifa de una cesta (libros, frutas y cervezas). Compró  dos libros, le estamparon cinco firmas,  y bebió dos cervezas caseras. La música estaba  bien; un contrabajo, un teclado,  y una cantante embarazada que inspiraba ternura.
La manzana estaba allí en el bolso deseando salir a acción pero quitando el que servía las cervezas, que no parecía tener las manos libres para cogerla por que no paraba de rellenar vasos que volaban de sus manos,  no encontró a nadie,  así que permaneció quieta donde estaba. No le tocó la cesta  y la fiesta se acabó.
!Había un ascensor! lo tomó para bajar y salió a la calle Tribulete que desemboca en la plaza de Lavapies, también concurrida por multitud de personas diferentes. Se sumergió en las profundidades del Metro y subió a un vagón que la llevó a casa. El trayecto era largo y la cerveza le había despertado el apetito, sacó la manzana y se puso a darle bocados. El primero le supo a G. con un toque de canela, el segundo a J. rociado con sirope de Arce, el tercero le resulto muy marino con gusto de langosta, y,…, fin de trayecto. Tiró el corazón a la papelera y cuando salió a la calle estaba lloviendo a mares.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy entretenido el relato y el ambiente que describe, aunque se traslucen la soledad y las ansias de la protagonista. Interesante reflexión literaria y de esos grupos de escritores. Saludos y mordiscos.
D.

Ana dijo...

Me ha gustado mucho el relato porque invita a la reflexión y es muy sincero, Fortunata. Y además el pisco souer me trajo recuerdos de Chile, donde pasé mi luna de miel.
Un abrazo,
Ana

Anónimo dijo...

No pude dejarte un comentario en el otro blog. La palabra me cambia y me cambia. Sólo quería decir que regresas donde tus viejos amigos.
D.