viernes, octubre 27, 2006

GABRIELA

Después de comer, cuando por fin su madre se quedó dormida, se dirigió a su dormitorio, se sentó en el borde de la cama y abrió el segundo cajón de la mesilla. Todo estaba allí como siempre. Cogió una cajita metálica. Antes de abrirla la olió, tenía olor de herrumbre y moho. El dibujo de la tapa, ahora apenas visible, representaba una mujer con amplia sonrisa, el pelo largo y rizado caía sobre sus hombros, su cara redonda y sus ojos con una chispa de malicia le hacían parecer un ángel provocativo. La hizo sonar, estaba llena como la recordaba, no la abriría todavía, la dejó a un lado sobre la cama.
Siguió mirando. Sí, ella también estaba. Sacó una muñeca de trapo, llevaba un traje largo, de gasa blanco, iba descalza, el vestido quedaba recogido por una cinta tambien blanca anudada con un gran lazo en la espalda semejante a dos alas, el pelo de lana lo habían cosido simulando bucles de color paja tocada con una corona de flores, los rasgos de la cara estaban ya muy despintados.
De niño la llamaba Gabriela, le gustaba cogerla en sus manos y acariciarla, especialmente su pelo ensortijado. También le gustaba estirarla el vestido y arreglarle las alas. Se quedó mirándola un rato antes de dejarla sobre la mesilla.

Gabriela tenia el pelo dorado, la tez clara y siempre sonreía. Cuando la conoció era verano, solía ponerse unas túnicas que le llegaban a los pies con sandalias apenas sujetas por una banda. La primera vez que la vio correr descalza por la playa supo que sería su mujer, buena, dulce, casi perfecta que, poco a poco, entre sonrisa y sonrisa, le había separado de todo lo que amaba.

Abrió la caja, seguía conteniendo los acericos de bolas de cristal con los que jugaba mientras la abuela cosía a su lado. Sacó uno con la cabeza roja, tomó la muñeca y se lo hundió en el corazón, el amarillo en la frente, uno azul en cada mano, el negro en su sexo, uno a uno se los fue clavando todos en los órganos vitales hasta dejar la caja vacía.

Puso de nuevo la caja y la muñeca en el cajón de la mesilla y se fue con su madre a ver la televisión hasta que viniera Gabriela a recogerle para volver a casa.

4 comentarios:

S. M. L. dijo...

Un relato extraño, inquietante, lo leí dos veces, que a mi juicio demuestra que la mente infantil es mucho menos inocente de lo que se piensa. Pero podría equivocarme.
Un abrazo

Esther Hhhh dijo...

Sin duda inquietante y extraño...
En fin, me ha gustado, si. Un placer leerte, te seguiré...
Por cierto ¿y cómo lo haces para escribir en dos blogs?
Besitos

mentecato dijo...

Mágico...

Huaso dijo...

Especial...