lunes, enero 14, 2008

EL CORAZÓN DE LA SANDÍA

Ese domingo fuimos al lago. Mi padre había comprado una sandía, la más grande que había en el mercado. Mi madre había preparado unos emparedados de atún con mayonesa y tomate. Los niños estábamos felices, habíamos llenado botellas de agua y preparado flotadores y toallas. Juanito llevaba la pelota nueva que le habían regalado hacia unos días por sus cumpleaños.
Mi padre nos quería, pero se cansaba pronto de nosotros, pasar un día con el nos pareció algo especial. A mi madre se la notaba nerviosa, era algo que la pasaba cada vez que rompía sus rutinas.
Mi padre se había comprado un sombrero nuevo de paja de ala ancha que le daba un aire de tejano que nos encantaba. Nos colgamos de su brazo y comenzamos a andar a la parada del bus, mi padre tenía una bicicleta pero no había presupuesto para mas. El iba delante portando la sandía, nosotros los chiquillos íbamos haciendo procesión, cantando canciones infantiles como quien canta plegarias. Detrás iba mi madre, parecía que los brazos se le iban a descolgar del peso que llevaba.
Hacia calor, era ya casi mediodía, con los preparativos se nos había echado el tiempo encima. El trayecto nos llevaría más de una hora. El autobús se demoraba en llegar y estábamos impacientes, empezamos a beber agua y queríamos comer los bocadillos, nuestra madre no nos dejo dijo que tuviéramos paciencia. Mi padre dijo:
- El que mejor se porte comerá el corazón de la sandía.
El corazón de la sandía es el trozo más dulce y sin pepitas, algo por lo que siempre peleábamos. Eso consiguió calmarnos. Cuando el autobús llegó ya iba lleno. No éramos los únicos que habíamos decidido ir al lago ese domingo. Nos amontonamos en un asiento doble unos ocho cada padre cargaba con dos o tres niños. El sudor chorreaba por nuestros rostros, Todo el mundo iba feliz y cantaba.
Cuando llegamos al lago nos fue difícil encontrar una sombra donde cobijarnos. Mi padre hizo un oyó en la arena cerca del agua y enterró la sandía para que estuviera fresca. Mi madre tapó con nuestra ropa las bolsas de comida y todos menos ella corrimos a bañarnos. Mi madre se quedo junto a las cosas mirándonos jugar con nuestro padre, tenia un aire melancólico y lejano. Nos olvidamos de ella.
Cuando volvimos hambrientos ella tenía preparado un mantel sobre la hierba y unos platos llenos de emparedados. Ella y mi padre bebían cerveza. Él parecía muy alegre esa mañana, la besaba en los labios mientras nosotros aplaudíamos y gritábamos ¡Son novios! ¡Son novios!. Recuerdo el gesto tan dulce con el que mi madre le retiro el pelo de la frente y le paso la mano por la nuca. Éramos felices. Mi padre fue a buscar la sandía y comenzó a repartir las rodajas sin tocar el corazón que sobresalía como una gran montaña roja. Todos estábamos ansiosos por saber que niño se lo comería. Nos miró a todos y finalmente se lo dio a Juanito. No sabíamos si era el que mejor se había portado aquel día pero todos lo aceptamos por que por unanimidad era nuestro favorito Juanito tomo el corazón de la sandia y se los dio a mi madre, el siempre hacia esas cosas, los demás nos lo habríamos metido en la boca saboreando no solo el dulzor si no también la envidia de los otros. Mi madre probo un poquito y dejo que el se comiera el resto.
Para hacer la digestión jugamos con la pelota, mis padres retozaban a la sombra de un árbol. Mientras recogíamos las cosas nos dimos el ultimo chapuzón con mi padre, nos subía a sus hombros y desde allí nos tiraba al agua, nos daba aguadillas, nos colgábamos de sus brazos mientras él giraba como si fuera una noria, !admirábamos tanto su fortaleza!, él reía dichoso, hacia tanto que no le veíamos reír que nosotros no queríamos que la tarde terminara.
Mi madre nos llamó, recogimos todo y caminamos pesadamente hacia la parada, la expresión de mi madre era tranquila, reflejaba una tristeza dulce, ella iba, esta vez, a la cabeza, detrás ibamos los niños cargados de bolsas jugando con la pelota, mi padre iba el último con el pequeñin encima de los hombros.
A lo lejos se veía la parada ya llena de gente, ralentizábamos el tiempo jugando dándonos empujones y quitándonos la pelota con los pies. De pronto el balón salió rodando por la carretera, oímos el chirrido de un freno y un golpe seco. El cuerpo de Juanito yacía sobre el suelo.



7 comentarios:

Margot dijo...

Que continue, Fortu, no me dejes así...

y un beso!

Meigo, aprendiz de Druida dijo...

Promete ese corazon dulce, rojo, fresco y suave.
Un beso.

Esther Hhhh dijo...

Fortu, es la historia más bonita que te he leído, me encanta. Por favor, sigue contándonosla.

Besitos

Cronopio444 dijo...

Me recuerda alguna escapada similar... aunque apelotonados en un seiscientos, en vez de en un autobús. ¡Yo también espero la continuación!
Besos

Meigo, aprendiz de Druida dijo...

Espero la continuación con interés.
Un beso.

Meigo, aprendiz de Druida dijo...

Haznos "Afortunados" y continua con tu relato, por favor.
Besos

WILHEMINA QUEEN dijo...

Promete la segunda parte y al espero ansiosa.
Avisa vía mail cuando la subas.
Un abrazo!