miércoles, mayo 28, 2008

EL DIENTE DE LEON

La Señora Amanda abrió la ventana de la cocina, una bocanada de aire fresco rozó su cara y el olor a tierra mojada la roció como un perfume. Había llovido durante las ultimas semanas, pero hoy el sol lucía sobre un cielo azul intenso, sin una sola nube que le empañará. El aire era tibio, desayunaría en el jardín trasero de la casa. Encendió la radió. Puso el agua a calentar. En una bandeja colocó una tetera, dentro un huevo de metal lleno de té con esencia de bergamota, una taza con su plato y una cestilla con galletas variadas. Sacó un mantel blanco con lirios azules, bordado por ella cuando era joven, una servilleta y cubrió la mesa metálica del jardín, no sin antes limpiarla. Sacó también un cojín para el sillón. Cuando el agua estuvo lista llenó la tetera, y depositó la bandeja sobre la mesa. Fue a buscar un chal, el libro de poemas y las gafas.
Ya sentada, mientras el té reposaba, contempló el jardín, exuberante esta primavera, los rosales se doblaban con el peso de las rosas, los jazmines y las celindas perfumaban aun más el ambiente, el suelo tapizado de pequeñas flores amarillas y blancas. En el centro se erguía un diente de león florecido con su bola de algodón blanco, una esfera perfecta. Una ráfaga de aire la desprendió de su cuello y la trajo volando. Extendió la mano y vino a posarse en su palma.
Su mano con dedos como troncos de olivos retorcidos por los años contrastaba con la fragilidad de la bola que sostenía,. “La felicidad” así la llamaban cuando eran niños.
- ¡Sopla! Que se esparza por todas partes.- Le decía su padre.
Maria Callas cantaba un aria, los pájaros la coreaban. Frunció sus labios descoloridos, tomo aire y sopló. La esfera se deshizo en estrellas blancas que se esparcieron por el aire.
Mientras las veía volar pensó “la felicidad debe estar hecha de pequeños instantes perfectos como éste”
Sirvió el té, bebió un sorbo, se puso las gafas, se arrebujo en su chal abrió el libro y leyó:

Soledad
(Del libro Alba de olvido)

Nada igual a esta dicha
de sentirme tan sola
en mitad de la tarde
y en mitad del trigal;
bajo el cielo de estío,
y en los brazos del viento,
soy una espiga más.

Nada tengo en el alma.
Ni una pena pequeña,
ni un recuerdo lejano
que me hiciera soñar...
Sólo tengo esta dicha
de estar sola en la tarde
¡con la tarde no más!

Un silencio muy largo
va cayendo en el trigo,
porque ya el sol se aleja
y ya el viento se va;
¡quién me diera por siempre
esta dicha indecible
de ser, sola y serena,
un milagro de paz!

(Meira Delmar)
(Poetisa colombiana)




1 comentario:

S. M. L. dijo...

Hermoso momento, anhelado, no siempre cumplido. Ay, si no hubiese fantasmas...