miércoles, mayo 28, 2008

Isabel viendo llover en Madrid

Había llovido toda la tarde, y toda la mañana, y ayer, y anteayer y toda la semana y, según prometía, seguiría lloviendo y lloviendo. Recordó el libro que había leído treinta años antes “Isabel viendo llover en Macondo”, una novela corta o un cuento largo de García Márquez, Recordaba sobre todo la sensación de lluvia que le había producido. Todo mohoso, el croar de las ranas y el chapotear de las suelas en el agua, el olor de grieta…
Miró por la ventana, la calle estaba casi desierta, un hombre corría protegiendo un paquete con un paraguas con una varilla rota, iba saltando los charcos, eso le hizo gracia. Paso un coche que le salpicó todas las piernas, el hombre parecía desesperado tapando como podía el bulto, dobló la esquina y le perdió de vista.
La luz mortecina de las nuevas farolas para la contaminación daba un aspecto lúgubre a la calle, abrió el balcón y aspiro el aire, estaba impregnado del olor de podredumbre que despedían las basuras sacadas a la calle. El agua se amontonaba en las bocas de las alcantarillas, taponadas por las inmundicias que la gente tiraba sin preocuparse al suelo. Una mujer salió de un portal con gabardina y sombrero tirando de un perro mestizo cubierto con un impermeable. Oyó a su madre que decía:
- Cierra hija, no ves que me estoy quedando helada.
La obedeció sin contestar, se había acostumbrado a que todo en aquella casa se hacia con referencia a ella. La miró mas de noventa años y todavía seguía siendo la misma que la mandaba desde niña, no sentía ira por ello, sentía eso si, un cansancio infinito, las tardes que pasaba con ella se convertía una niña despreocupada y sin problemas. Ante sus ojos todo era perfecto, el matrimonio, los hijos. Había conseguido representar el papel de hija perfecta, a ratos dejaba que sus ojos se empañaran cuando hablaban de una prima a la que, según ella, le había ido mal en la vida, se había divorciado y vivía sola en un pequeño apartamento en “La Latina”. Pero ella secretamente pensaba que le había ido mejor. Se la veía mas joven y con mas entusiasmo ante las cosas. A veces quedaban para tomar café y ella le hablaba de sus viajes a la India.
Se sentó en el sillón dispuesta a aguantar otra tarde de televisión sin descanso, de concurso en concurso, intercalados de noticias macabras, imágenes impúdicas, que mostraban sangre, navajas, cuerpos descuartizados y cosas aun más invisibles. Hablar era difícil, ella sentaba cátedra de todos los temas, ya fuera fútbol o política, sobre todo tenia opinión, basada en los programas de radio que escuchaba toda la mañana o cuando se desvelaba. Lo más chocante era la exaltación con la que hablaba, no parecía que el tiempo fuera a pararse nunca para ella.
Sintió una punzada intensa en un costado algo que hacia días que le venia pasando, y le vino una bocanada de bilis a la boca. Penso “Ésta todavía me entierra” se acomodo en el sillón cubriendo con una manta el vientre y fijó la vista de nuevo en la televisión y volvió recordar Macondo, mientras escuchaba el sonido del agua en los cristales.
Empezaba el concurso de las palabras, sin duda la impresionaba la cantidad de vocabulario que tenia su madre y más una persona que no había leído demasiado. Miró el reloj apenas las 8 y cuarto. Petra la mujer boliviana que la cuidaba no llegaría hasta las diez, todavía faltaban dos horas, así que intentó entretenerse con el programa adivinando también ella las palabras. Quería a su madre, pero era un querer distante, admiraba su inteligencia y sus ganas de vivir que ella nunca había compartido, pero era una mujer fría que nunca la había abrazado. Ella no se ajustaba a la hija de sus deseos, de eso no tenía duda. Desde que su padre había muerto hacia unos años le faltaba el calor de su indulgencia y sentía tibieza hacia la vida.
El presentador hacia bromas con los concursantes, todo parecía natural. Comenzaron las preguntas. Decidió que era mejor jugar y participar que sacar alguna conversación, al final era un monólogo de su madre o bien defendiendo alguna idea reaccionaria, o dando instrucciones de cómo se hacia esto o aquello, o lo que era peor de todo poniéndose a hablar del marques de…la condesa de… o el banquero…que ella había conocido en aquella fiesta, o en aquel banquete….. Antes de conocer a tu padre. Siempre dejándose llevar por delirios de grandeza que ella no recordaba de su infancia, donde se habían tenido que conformar con un vestido para los domingos, un juguete en reyes y las vacaciones en el pueblo de su padre con su abuela y su madre siempre rezongando por lo ordinarios que eran.
Miró nuevamente el reloj disimuladamente, el tiempo parecía detenerse en esa casa. Se arrepintió de no haber llevado nada que hacer, pero eso de ponerse a coser la aburría mortalmente, ponerse a leer o a oír música era imposible, no la dejaba concentrarse en nada que no fuera contemplarla. El programa se interrumpía cada poco para dar una sarta de anuncios, entonces venia el zapping por todos los canales macabros, de nada valía suplicar que dejara los anuncios que eran preferibles, hacían trabajar la mente intentando encontrar la relación entre el producto que se vendía y las imágenes. Pero a ella le gustaba la carnaza.
Se fue al baño, mas como excusa que como necesidad, se lavó las manos, se mojo la nuca y examino las arrugas de la cara, entorno a los ojos vio mas oscuridad que la acostumbrada, tenia mala cara, el dolor del costado no desaparecía, y se sentía terriblemente cansada. Se peso en la bascula, había perdido un kilo. ¡Mejor! Pensó.- me sobran. Pero lo cierto es que la preocupaba, no hacia ningún régimen que justificara perder peso de esa forma. Salió de nuevo al ruedo. ¡Animo! se dijo, una hora más y esto se acaba. Este pensamiento le lleno de tristeza. No seria mejor abrazar a su madre besarla, decirla que se encontraba mal. Compartir algo alguna vez. Sabia que esa idea era absurda y que nunca había dado resultado, era ya demasiado tarde para que se diera cuenta de que el mundo no giraba entorno de ella.
Volvió a abrigarse con la manta, hojeó una revista y buscó el “sodoku” para pensar en otra cosa mientras la oía de fondo los planes de comida que había elaborado para que Petra preparara durante la semana, para que ella diera su aprobación por si había algo que quisiera cambiar de los días que coincidían con que comerían juntas. Pensar en comida le revolvió aun más. Se dio cuenta al mirarlos que era un poco injusta con su madre, elegía siempre sus guisos favoritos los días que venia a comer.
- Gracias, madre, están perfectos, siempre piensas en mi.
Su madre sonríó y eso pareció que las unía durante un rato. Enseguida el siguiente concurso ocupó todo el espacio y ella se dedicó a repartir la atención entre los números, las respuestas y el dolor del costado. Habían entrado en una especie de calma mientras la tarde declinaba. Afuera seguía lloviendo con insistencia. Oyó la puerta y las ¡Buenas noches! De Petra. Entraban en el tramo final, disimular las ganas de salir corriendo. Terminaron de ver el concurso. Su madre se levanto para dar instrucciones sobre la cena. ¡Qué bien se le daba mandar! Empezó a recoger las cosas, fue a buscar el paraguas , el abrigo y salió al encuentro de ambas que estaban totalmente enfrascadas en su conversación. Saludó a Petra, y se despidió de su madre. Cuando cerró la puerta el cansancio era insoportable, tomaría un taxi para volver a casa.

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