lunes, marzo 16, 2009


EL METRO

Tomar el metro después de las doce de la noche es algo que a más de uno le impone respeto, si además la línea es la siete y atraviesa San Blas, a más de uno le puede producir cierto miedo. Si su parada es Simancas y la salida Amposta el miedo se puede convertir en terror.


Cuando Julia tomo el metro en Avenida de América, estaba bastante concurrido pese a ser un miércoles. Al mismo tiempo que ella, bajaba un grupo de adolescentes charlando y riendo, juntos se dirigieron a la línea siete dirección San Blas.

Julia estaba intranquila, no tenía que haberse entretenido tanto hablando en casa de su amiga. Su sobrina le había pedido que viniera a echarle una mano con el nuevo bebé, le habían hecho una cesárea y no se encontraba bien. Vivían en un pequeño apartamento de apenas cuarenta metros, en una torre en la zona de San Blas, no entendía como su sobrina podía haber elegido un lugar como ese para vivir. Ella decía que era lo único que se podía permitir a los precios que se había puesto todo.
Se sentó en un vagón, agarró el bolso y se miró las manos, se dio cuenta de que llevaba la alianza y un anillo grueso de oro con una aguamarina bastante grande con dos pequeños diamantes y en las orejas unos pendientes haciendo juego, de la muñeca le colgaba la pulsera de oro con las arras que se había hecho después de la boda. No sabía como esconder las manos y al mismo tiempo sujetar el bolso, respiró profundo e intentó relajarse.

Los jóvenes se habían sentado justo enfrente de Julia, no la miraban ni siquiera habían reparado en su existencia. José había sentado sobre sus rodillas a una chica del grupo más bien rellenita que se reía mientras él le metía la mano por debajo del jersey intentando atraer su atención, ella indiferente hablaba con su amiga a voces, sin parar de moverse, metiéndole el pelo en la cara, se notaba que llevaba alguna copa de mas. No es que le gustara especialmente. Intento atraerla hacia él para besarla pero ella parecía no darse cuenta de nada, así que se limitó a explorar por debajo de la ropa, intentando meter los dedos a través del pantalón para llegar más abajo! imposible! Iba tan ceñida y era tan rellenita que no quedaba ningún espacio libre. Probó por delante a ver si alcanzaba alguno de sus pezones, ella como si fuera un mosquito molesto, le quitó la mano sin lanzarle una sola mirada. Harto de la situación dejó que su mano acariciara mecánicamente la espalda, pesaba y las piernas comenzaban a dolerle. Miró a su amigo, le gustaría lanzársela a sus rodillas como una pelota, él bastante colocado, reía las gracias de las chicas sin darse cuenta de nada. Se sintió solo.

En la estación de Pueblo Nuevo hubo un intercambio de personas. Un hombre negro, alto y corpulento se sentó junto a Julia, llevaba una bolsa de herramientas, olía a grasa, a gas, a metálico. La miró. A Julia le dio un escalofrío, en su pueblo no había gente de color. Lucas hacia tiempo que vivía en España. Los problemas no habían acabado solo que ahora eran distintos, tenia dinero para enviar a su familia en Santo Domingo, aquí tenia un hijo pequeño con su segunda mujer, sus dos hijos mayores y uno de ella, que habían triado para que estudiaran y tuvieran la nacionalidad Española. La casa era pequeña, tenían que compartirla con una tía de la mujer y sus dos hijas que aunque estaban internas los fines de semana también andaban por allí. Además de un montón de moscardones que siempre rondaban la casa. Añoraba su país con desesperación, sus veinte años. Si al menos fuera como los otros que le gustara la juerga, la discoteca, el baile, el ron, las partidas de dominó…. Pero no. En el taller todos se reían de él porque no bebía, Estaba cansado y cada vez se demoraba más en ir a casa, había descubierto un bar cerca del trabajo, la camarera era una colombiana que le gustaba, alguna noche la había esperado y habían estado juntos, por la calle claro, todo era complicado le gustaría alquilar una habitación, pasar con ella una noche, o varias. ¡Imposible! Su mujer le peleaba en cuanto tardaba. Y el dinero no alcanzaba para tanto. Cerró los ojos y la vio contoneando su cuerpo al son de la música, delgada como un junco y un par de buenas tetas, le miraba sonriendo invitándole a bailar. Tenía que encontrar la forma de estar mas tiempo con ella.

El metro avanzaba sin demasiada urgencia. Parada tras parada se iba vaciando, cada vez quedaban menos pasajeros, en García Noblejas se bajaron los amigos de José. Hoy no era un buen día para nada, había tenido movida en casa, los petas y el calimocho le habían sentado de puta pena y había vomitado, la gilipollas esa no se dejaba meter mano, solo había conseguido un calentón tonto, por una piba que no valía ni un carajo y que encima no le gustaba nada, había que joderse, volver una vez mas a casa con el rabo entre las piernas, ¡Mierda! ¡Que asco de vida!

El vagón se quedó silencioso. En este extremo quedaron los tres, en la otra punta una pareja besándose. Como movidos por un resorte al entrar por la estación de Simancas los tres se pusieron de pié y se dirigieron a la misma puerta. A Julia le entraron ganas de irse a otra, decidió disimular su miedo que en ese momento iba increscendo, veía en la cara del joven una expresión de ira que le asustaba bastante y ese hombretón negro con la expresión como ausente, ¿En qué estaría pensado? Y ¿qué llevaría en esa bolsa? Aceleró el paso, todo lo que pudo, ellos la seguían lentamente, ¿Qué estarían esperando? Las piernas le temblaban, volvía la cabeza disimuladamente cada rato. La boca del metro se abría en una esquina iluminada por la luz fosforescente de un bar, allí estaban unas personas demacradas, macilentas, desdentadas y sucias que se gritaban unos a los otros sin parar de moverse de aquí para allá. Su sobrina ya le había advertido, que tuviera cuidado, que normalmente no hacían nada, que ella ni los mirara, lo mejor era hacer como que no existían. Una pareja se había parado justo en la puerta Se armó de valor, le temblaba todo el cuerpo, mirando al suelo subió todo lo deprisa que pudo, pasó a su lado intentando no tocarlos, caminó por la calle Amposta, estaba llena de pequeños grupos que gesticulaban y se movía, pensó en cruzar de acera pero también estaba llena de esos seres. Los fue dejando atrás, respiró hondo y se atrevió a mirar a los arboles, una luz mortecina salía de las farolas un par de calles más y ya estaba la casa. Apretó el paso, una mano golpeó su hombro y oyó.

.- Me da…..
Cayó de bruces en la acera gritando.

- ¡No me haga nada, por favor, no me haga nada! Yo le doy el dinero pero no me haga daño.

José la miró extrañado, y se agachó para ayudarla. Los gritos de la mujer eran cada vez más fuertes. Lucas corrió y la mandó callar con voz imperiosa, entre los dos la levantaron y la sentaron en un banco. Ella les miraba con ojos desorbitados. Oía sin captar el sentido.

.- Cálmese, señora, que no vamos a hacerla daño.
.- Solo la estaba pidiendo fuego para el cigarrillo.
.- Díganos donde vive y nosotros la acompañamos.
.- ¿Se ha hecho daño?
.- No, no, no…. Decía mecánicamente.
La alzaron con cuidado y la escoltaron hasta la casa..
.- Tranquila señora, tranquila…

Como una autómata se dejó llevar. Se aseguraron que subía sin problemas. Lucas y José se despidieron con un gesto de la mano.

Julia no volvió a pisar la calle hasta el día que tomo el taxi para volver al pueblo. Nunca más vino a visitar a su sobrina.


Imagén: Mónica Ozámiz Fortis

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay mucha tensión en el relato, de estilo hitchcokiano.
Un abrazo
D.

ybris dijo...

Menos mal que, aunque mi línea es también la siete, me quedo por el otro lado en Antonio Machado y ya han demolido el poblado de Pitis.
Por el otro extremo debe de ser impresionante.
Yo por si acaso suelo estar dormido a la medianoche.

Un relato magnífico e impresionante.
Menos mal que al final es sólo un susto.
Pobre sobrina.

Besos.