lunes, agosto 24, 2009


EL VIAJE

Eran las cuatro de la tarde cuando el taxi paró en la puerta de la terminal de salidas del aeropuerto. El aire caliente cargado de mar caía pesadamente y se depositaba como una bruma sobre las palmeras diseminadas a lo largo de la acera. Las puertas se abrían al paso de los turistas cargados de maletas y cajas de ensaimadas dejando una estela dulce a su paso.
El conductor se bajó del coche, abrió la puerta trasera y depositó dos maletas y un bolso de mano sobre la calzada. Una mujer joven se apresuró a pagar al hombre y fue a buscar un carrito para poder transportar el equipaje. La mujer mayor se tomó su tiempo. Primero sacó una pierna, se agarró al marco y se ayudó con los brazos antes de sacar la otra pierna e incorporarse. Cuando cerró la puerta la joven ya había cargado las maletas y el taxista estaba preparado para bajar a llegadas a buscar algún pasajero que quisiera ir a la ciudad.
La mujer mayor llevaba un traje amplio que disimulaba mal su gordura, y calzaba unos zapatos de hilo de los que se venden en las farmacias para los pies deformados por la artrosis, caminaba despacio y con dificultad. La mujer joven con sandalias, una falda estrecha y camiseta de color crudo. En la espalda una mochila de piel blanca , empujaba el carrito con las dos voluminosas maletas y el bolso de mano sin aparente esfuerzo.
Traspasaron el umbral, dejando atrás el calor y la humedad. El aeropuerto reformado hacia poco aun resplandecía, los suelos de loseta clara rebotaban la luz que se filtraba por las claraboyas del techo, la sala era amplia, con los mostradores de facturación al fondo. A los ambos lados de la sala, sobre dos columnas, había unas esculturas de madera que intentaban recordar el vuelo de las gaviotas. A la izquierda se encontraban los mostradores de información y los de los de alquileres de coches. A la derecha una tienda de prensa y recuerdos, las cajas de ensaimadas se apilaban a la puerta. Al fondo a la derecha se encontraba de un lado la cafetería y del otro la puerta de control de policía y mas allá las dos puertas de embarque.
A pocos paso de la puerta la mujer mayor se paró, se pasó la mano por la frente sudorosa.
- ¿No olvidas nada? ¿Llevas el billete?
Se notaba que le costaba hablar y que la pregunta era mas bien una disculpa para tomar aire y obligar a la joven a parar. Efectivamente, la joven paró y se volvió a mirarla dulcemente.
- Sí, abuela, lo llevo todo, y si falta algo ya lo compraré allí. Hoy en día hay de todo en todas partes.
Mejor que en esta isla de mala muerte. Pensó.
Siguieron caminando. La joven empujando el carrito y la vieja arrastrando cada vez mas los pies. Había cinco mostradores en total pero tan solo dos estaban abiertos. En el de la izquierda se podía leer:“Berlín” a las 5:15”. El de la derecha tenía escrito: “Barcelona a las 5:30”. Se dirigieron al de la izquierda. Cuando llegaron ya había gente esperando; Una familia ruidosa con dos niñas que jugaban alrededor de los carritos un hombre que daba ordenes a una mujer que trataba de tranquilizarle y pedirle que no gritara. Un niño pequeño se había sentado en el carrito atestado de maletas a esperar. Una pareja joven con la piel enrojecida, lucian sombreros iguales de loneta blanca y una cinta negra en la que se podía leer Menorca. En la mano cargaban con las cajas típicas de ensaimadas. Detrás una pareja de ingleses con el pelo cano, pantalones cortos y camisetas adornadas con salamandras. Todos tenían un aire feliz de final de vacaciones que contrastaba con el aspecto formal de la joven y la mirada triste de la mujer mayor.
- Es aquí, todavía nos sobra tiempo. ¿Quieres sentarte en la cafetería mientras yo facturo?
- No, me quedo aquí contigo.
- Te cansaras.
- No importa.
Las niñas pasaron corriendo y golpearon un brazo de la mujer mayor. Ella se volvió en silencio a mirarlas correr.
- Marieta,¿Tienes el billete?
- Ya no es necesario, basta con el carnet de identidad.
- ¿Ya no hace falta billetes para viajar?
- No, te registran con un código y tu numero de identidad en el ordenador. Con eso basta.
- ¿Lo llevas todo seguro?
- Sí, todo.
Se notaba que la joven estaba empezando a cansarse de la insistencia de su abuela y se preguntaba ¿por qué había consentido en que la acompañara? Tendría que volver sola a casa. Se la veía cansada y triste.
La abuela le acaricio el brazo dos o tres veces de arriba abajo despacio hasta llegar a la mano.
- Escríbeme cuando llegues
- Te llamo mejor, ahora con los móviles no hay problema.
- Te saldrá muy caro.
- No tanto, y mucho mas fácil y rápido.
- Sí,.... A mi siempre me han gustado las cartas, se pueden leer y releer cuando uno se acuerda de los suyos.
- Está bien, te llamaré y te escribiré, las dos cosas si eso te gusta.
- Sí, no te olvides de escribir.
En el mostrador una joven con un uniforme verde, camisa blanca y un raquítico pañuelo de rayas verdes y blancas levantó la mirada hacia ellas.
- ¿Cuantos viajan?
- Sólo yo
- Documentación
Le alargo el carnet de identidad. deposito la primera maleta sobre la cinta. La joven comprobó el peso y puso una tira de papel alrededor del asa. Marieta subió la otra maleta y se repitió la actuación.
- El embarque es dentro de diez minutos por la puerta 2
- Vamos abuela te acompaño a tomar un taxi para que vuelvas a casa.
Cada vez sentía mas haberla dejado venir.
- No, quiero verte pasar por la puerta, y despedirme de ti, el taxi lo puedo tomar sola.
Aunque la sala era pequeña tardaron bastante en llegar al puesto de policía. Cada poco la mujer tenia que pararse a respirar y secarse los ojos con un pañuelo. La joven le tendió el brazo para que se apoyara. De la otra mano colgaba el bolso como un fardo.
Los colores de la habitación se habían desvanecido a modo de grises. Parecía un fotograma sacado de la posguerra; Una mujer joven que emigra a Alemania para ganarse la vida y salir de la miseria. Eran los ojos cansados de la anciana.
(En tecnicolor) Marieta abrió la ventana que daba a una plaza con árboles gigantes de hojas naranjas. Unas mesas de madera con bancos corridos llenas de jóvenes sentados bebiendo cerveza rebosante de espuma llenaban el parque. Las bicicletas reposaban apoyadas sobre los arboles. En una de ellas, un joven leía un poema en alto. Aspiró el aire frío de principio de otoño y saludo agitando la mano al joven que leía. Eran los sueños de la joven.
Fue a las cinco en punto de la tarde cuando la anciana se dejó caer en el asiento trasero de un taxi.
- A casa, lléveme a casa.
Cerró los ojos mientras el auto tomaba dirección “Punta Prima”


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2 comentarios:

ybris dijo...

Toda una vida entre los ojos cansados de la anciana y los sueños alegres de la joven.
La vida a veces se ve mejor entre esos ámbitos en el borde de una despedida de aeropuerto.

Bello relato.

Besos.

Anónimo dijo...

Sí, me sumo al comentario anterior. Destaco sobre todo el sentimiento de abuela y nieta, el primero protector y el segundo, juvenil, de alegre desafío a la vida. Eso está muy bien retratado.
Un abrazo
D.