viernes, junio 25, 2010


PESO PESADO

La mujer estaba sentada al fondo del local, junto a una ventana que daba a una calle estrecha, poco transitada. Vestía toda ella en azules, el único contraste estaba en la cinta rosa que adornaba su sombrero, los extremos caían sobre sus cabellos castaños. Escribía postales. Sobre la mesa un vaso de naranjada en el que se deshacían los hielos. Cada tanto levantaba la cabeza y se quedaba mirando al vacío, pensando,quizá, frases ingeniosas que poner en la tarjeta.
El camarero la observaba desde el mostrador ordenando una y otra vez los mismos objetos. El local estaba vacío. Un calor bochornoso caía como la niebla. Un ventilador de techo conseguía tan solo hacer danzar a las moscas medio aturdidas.
La mujer ya no escribía, parecía ausente de todo cuanto le rodeaba; el calor, las moscas, el camarero, las postales. Había caído en una especie de sopor con la cara apoyada en la palma de la mano y el codo reposando sobre la mesa, la otra mano indolente sostenía el bolígrafo entre los dedos. Los hielos se habían desecho por completo en la naranjada.
El camarero se acerco hasta ella.
- Mi turno se acaba ¿Quiere algo antes de que me vaya?
Ella clavó sus ojos oscuros en los de él transparentes como el mar.
- Creo que no !Gracias! - dijo arrastrando la voz- Pero, si le apetece podemos dar un paseo juntos. Ahora, cuando llegue su compañero.
- ¿Por qué no?
Ella le miró aun mas fijamente.

Poco después había cambiado su pantalón negro por un vaquero y su camisa por una camiseta. Ahora parecía mucho mas joven. La calle seguía vacía, y el calor era aun mas intenso. La mujer había recogido las tarjetas y le esperaba en la puerta.
- ¿Dónde quiere que vayamos?- preguntó el joven
No muy lejos de aquí hay un bosquecillo de pinos con un mirador que da al mar. Es un lugar fresco y con bonitas vistas.
Al salir a la calle ella se colgó de su brazo, daba la impresión de ser un fardo pesado del que él tuviera que tirar. Cuando él la miró con una sonrisa forzada, ella no pareció darse cuenta.
Subieron despacio la cuesta, luego tomaron un pequeño sendero de tierra entre pinos que desembocaba en un terraplén que acababa en un pequeño mirador hecho de troncos de madera ya carcomidos por el tiempo y un banco rustico hecho también de troncos.
Se sentaron a contemplar el mar que batía con fuerza en las rocas, el aire era muy denso parecía apresado por las copas cerradas de los arboles. Él rompió el silencio.
- Debes de tener muchos pretendientes.
- No creas las apariencias engañan.
- Seguro que te gusta que te quieran, que te acaricien....
Y la atrajo hacia si. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro y le ofreció la boca. Él la besó, ella se dejaba hacer sin poner ningún entusiasmo por su parte.
- A mi me encantaría quererte, tenerte, así, a mi lado.
- Puedo llegar a ser una carga muy pesada.
- Me gustas
Ella se dejaba acariciar y besar
- Ven – dijo ella finalmente – miremos el mar.
Y le empujo para que se moviera. Se levantó despacio y se apoyó en la valla. Ella le siguió y se acercó dejando caer su cuerpo sobre él. La madera no pudo resistir. A ella le dio tiempo a separarse pero el cayó al vacío.
- Ya te advertí, puedo llegar a ser una carga muy pesada.- dijo tomando sus cosas y desandando el camino.

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2 comentarios:

Susana Pérez dijo...

Jajaj, vaya final...

Anónimo dijo...

De una crueldad insospechada.