sábado, septiembre 18, 2010



LA VENDIMIA

2.- “La Polaca”

“La Polaca” se subió al autobús y se dejo caer pesadamente en un asiento junto a la ventana, a su lado se sentó una gitana que se puso a dormir antes de que se llenaran las plazas. Vio como el autobús poco a poco dejaba atrás las casas, los campos de vides desnudas de racimos, los huertos de frutales que empezaban a perder las hojas, Pronto se adentraron en las llanuras doradas de cereal segado, en las que los haces de hierba yacían empaquetados, diseminados por aquí y por allá.
La resaca bullía todavía en su cabeza, y en su cuerpo se agolpaba el cansancio de las tres semanas de trabajo, agachada una y otra vez sobre los sarmientos, cortando con delicadeza los racimos y depositándolos en el cesto que vendría a recoger el hijo de la dueña.
Se levantaban mucho antes de que amaneciera, para que las primeras luces les cogieran doblados sobre la tierra, trabajaban hasta que el calor abrasador les calcinaban los huesos. Entonces se recogían en la sombra de la casa, allí dormían hasta el anochecer. Los jornaleros se juntaban para cenar los frutos más frescos de la tierra, tomates, pepinos, melón, sandía ... Ella entendía poco las bromas que hacían, pero le gustaba participar del breve momento de alegría.
Cerró los ojos y se quedó adormilada. En su duermevela atravesaba bosques de árboles frondosos, había restos de nieve diseminada en el camino... su casa ... Volver a casa y dormir bajo el peso de los gruesos edredones de plumas mientras, la lluvia golpeaba en los cristales, el calor del cuerpo de su marido pegado a su espalda y la respiración pausada de su hijo en la habitación contigua.
Cuando abrió los ojos ascendían por una montaña de piedra gris desnuda y roma, con pequeños arbustos que crecían en las grietas. Su casa ahora era una habitación en un piso compartido por otros emigrantes, dormía en el mismo que una prima lejana y su marido, así le salia mas barato. Pasaba tan pocos días que con alquilar esa cama plegable le bastaba, además podía lavar la ropa y preparar la maleta para el siguiente viaje: La fresa de Huelva, el esparrago de Tudela, la fruta de Lerida, el tabaco de Cáceres, la vendimia de Logroño, la castaña de León, la aceituna de Jaen...
Eran trabajos duros pero bien pagados, dormir y comer estaban incluidos.
Con su sueldo alimentaba a su familia, su madre y sus dos hijos, y hasta podía ahorrar un poco para hacerse una casa en el futuro. Lidia acababa de cumplir doce años era una niña trabajadora que ayudaba a su abuela y sacaba buenas notas. Dan era distinto acababa de cumplir los dieciséis y se había vuelto huraño y solitario. Sacaba buenas notas, pero era difícil saber lo que pensaba. Cuando hablaba en el Locutorio con ellos una vez a la semana, contestaba a todas sus preguntas con monosílabos y enseguida se marchaba. Lo que mas le preocupaba era no saber con quien se juntaba.
Miraba a Josue, el hijo de la dueña, debía de tener la misma edad que Dan pero eran tan distintos... Dan era alto, delgado, de ojos claros, fríos como los suyos, con el pelo lacio, largo, y siempre tenía un aspecto triste y melancólico. Por el contrario, Josue era robusto, musculoso, de mejillas coloradas, pelo ensortijado, negro y unos ojos oscuros con una mirada ardiente que quemaba.
Cuando Josue venía a recoger los cestos de uva notaba la juventud bullendo en su cuerpo con una fuerza abrumadora, su deseo era tan fuerte que sin necesidad de tocar tocaba, le notaba palpitante a su lado, sudoroso, tímido e inquieto y al mismo tiempo valiente, mas de una vez estiró su mano para acariciar su cuerpo, mano que ella siempre recondujo hacia la cesta. ¿Sentiría también Dan ese deseo insoportable por poseer una hembra? ¿pasaría también él la noche acariciándose pensando en ella? Habia dejado a Dan tres años antes leyendo historias de Vikingos y encontraría un hombre cuando fuera.
Sus pensamientos volvieron a la noche anterior, a la fiesta, al cordero asado, a los chorizos a la brasa, al vino, al baile y al olivo. Se había dejado caer bajo sus ramas, alejada de los demás, huyendo a otros jornaleros que querrían disfrutar de su cuerpo por nada. Cuando Josue se tumbó a su lado pensó que con él quedaba resguardada. Sus caricias de niño le hacían sentirse como si el tiempo retrocediera en el espacio y ella tuviera veinte años menos y estuviera en la leñera con las torpes manos del joven a quien amaba. Soñaba. El cuerpo de Josue estremeciéndose sobre el suyo la despertó. Se fingió enfadada y le quitó a un lado, y rió quitándole importancia.
Caminando hacia la casa para hacer la maleta sintió una honda tristeza, Josue como Dan se hacían hombres y dentro de nada serian como cualquier otro jornalero.

Imagen: Campesina de Tuset

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Dan es su hijo? Si fuese así, ¿sus pensamientos serían incestuosos? La historia al parecer continuará.
D.