jueves, agosto 09, 2007


MI MANO IZQUIERDA

Mi mano izquierda hace tiempo que actúa independiente, no me obedece, toma sus propias decisiones sin tenerme en cuenta. Yo no soy zurda, quiero aclarar este punto, por que su poder sobre mi no es tan grande como para decidir que debo comer, o lo que escribo y esto es fundamental por que no interfiere en mi vida habitual. La mayoría del tiempo, debo decirlo, actúa como autómata secundando a la mano derecha y entonces todo va bien en mi vida. El problema viene cuando decide actuar por su cuenta, y eso es cada vez mas frecuente. Pero mejor que empiece por el principio para que entiendan la decisión que he tomado.

La primera vez que sucedió fue un día caluroso de Julio. Había ido con mi familia al rió, era algo que solíamos hacer los días de calor intenso. Junto al rió había un cabarete hecho con palos de madera y un entramado de paja en el techo. Tenia unas mesas con banquetas para que se sentaran los parroquianos que no querían mojarse y una pequeña pista de cemento pulido para el baile. Vendía comida y bebida. Y nos alegraba con música a todo volumen para que pudiéramos disfrutar de lo lindo. A los niños nos gustaba bailar dentro del agua, imitando a los mayores. Estaba ya oscureciendo cuando pasó. Quedábamos pocos niños en el agua. Entonces yo tenia 13 años era una niña delgada y pequeña pero mi pecho había crecido desproporcionadamente con respecto al resto del cuerpo, sobresalía generoso de mi traje de baño. Bailaba en ese momento con un niño que no tendría ni diez años pero de bellas facciones, ojos oscuros rodeados de pestañas rizadas y largas que miraban insistentemente mis senos. Fue entonces cuando note que mi mano izquierda tomaba sus propias decisiones. Cogió al niño de la mano y le condujo hasta una parte mas oscura del rio. Luego cogió su mano y la condujo hasta mis pezones erizados primero uno y luego el otro, el niño comenzó a acariciarlos sin dejar de mirarlos. Mi mano izquierda entonces se dirigió hasta su calzoncillito y se lo bajo y empezó a tocarle suavemente, su pene se endurecía y crecía cada vez mas. Mi mano seguía tocándole, mientras él, sin parar de bailar, movía sus caderas al ritmo de la música. Antes de terminar la canción una leche tibia se derramo sobre mi mano fría y se mezclo con el agua del río, un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Cuando me di cuenta de lo que había pasado sentí una vergüenza terrible y me eche a nadar río abajo. No quise mirar más en la dirección del muchacho y no salí del agua hasta asegurarme que se había ido. Como en esa época todavía era practicante de la iglesia católica, me fui a confesar a una iglesia lejos de mi casa, el cura me pidió todo los detalles, y me puso una penitencia larguísima que yo cumplí fielmente por que yo no estaba contenta con lo que había sucedido, aunque había sentido todo el tiempo que duro la canción un cosquilleo y un calor muy agrádale en mi sexo, y unos estremecimientos por todo el cuerpo cuando el niño pellizcaba mis pezones.

La segunda vez que sucedió fue en el río, en el mismo cabarette que la primera vez, solo que en esa ocasión yo había ido allí con mis amigos, y era de noche. Nos gustaba ir allí beber cerveza o ron, bañarnos y bailar toda la noche. Era una costumbre bastante común hasta que una pareja fue arrastrada por la corriente y los encontraron muertos abrazados varios kilómetros mas abajo de donde había sucedido. Era una noche calurosa de agosto. Me había sacado a bailar un hombre que no conocía, tenia un cuerpo musculoso y fuerte que me llevaba en volandas. A mi que siempre me ha gustado bailar y cuando lo haces con un hombre que te sabe llevar, solo tienes que abandonarte en sus brazos girar, subir, y moverte como una pluma en el aire, entonces te sientes flotar y flotar y no querrías que la música parara. Este hombre me hacia sentir ligera y yo me abandonaba, a él. Le debió gustar también por que cuando acababa una canción no me soltaba para que siguiéramos bailando. Debíamos llevar cuatro o cinco canciones cuando mi mano izquierda empezó a hacer de las suyas. Comenzó a acariciarle el cuello suavemente al principio, aumentando la presión poco a poco. Él echaba la cabeza hacia atrás, ella siguió subiendo metiéndose entre los cabellos, masajeándolos con la yema de los dedos, ,él respondía a los movimientos de mis manos, pegando su cuerpo cada vez más al mío, sin perder el ritmo en ningún momento luego ella empezó a acariciar el lóbulo de la oreja, pellizcándolo y introduciendo su dedo por el orificio investigando cada pliegue por todas partes. Note que su boca se aproximaba a la mía y nos unimos en un beso largo girando sin cesar, yo sentía que mi cuerpo se llenaba de aire y era cada vez más ligera estaba a punto de volar cuando note un empujón que me lanzo directamente al suelo. Una mujer inmensa acababa de golpearme en la cara y ahora arrastraba al hombre que más parecía un saco de patatas pesado y sin gracia que en nada recordaba al bailarín con el que había bailado toda la noche. Esta vez no me confesé creí que él maratón en mi mejilla, la sangre que había salido por mi nariz, el vestido arruinado, y mi imagen de puta ante mis amigos había sido bastante penitencia.

Cambié de amistades, deje de ir al río y me convertí en una mujer decente, casada con ingeniero de caminos y madre de dos hijas maravillosas. No volví a recordar lo que había pasado en el río hasta una noche en que volvía de una cena con los compañeros del trabajo de mi marido. Habíamos bebido bastante y yo estaba cansada, y quería volver a casa con mis hijas, nunca me gustaba dejarlas demasiado tiempo solas. Un compañero se ofreció a llevarme a la casa y reunirse con ellos después. Mi marido accedió sin problemas, estaba coqueteando con una de sus secretarias, a mí eso no me importaba, le subía la autoestima y solía ser mas apasionado en la cama que de costumbre. Me derrumbe en el asiento del copiloto cerré los ojos y escuchaba la música que había puesto, creí reconocer a Teleman aunque no quise preguntar prefiriendo el silencio y dejarme llevar por las notas. Entonces mi mano izquierda volvió a actuar por su cuenta, se dejo caer por el muslo del hombre presionándolo suavemente, él la cubrió con la suya, ella respondió a ese contacto moviendo sus dedos hacia los suyos, se giro buscando el contacto de palma con palma, los dedos se respondían, se cruzaban, a veces el tenia que subir la mano al volante y ella aprovechaba para acariciar el muslo mas cerca de la ingle. Una de las veces cuando bajo la mano tomo la mía y la dirigió hacia su miembro duro y ella le presiono con ansias, él bajo la cremallera de su pantalón y le liberó guiando a mi mano izquierda en sus movimientos. Yo parecía un paquete abandonado sobre el asiento ajena a cuanto sucedía entre ellos hasta que sentí una descarga intensa que me recorría y salió un grito de mis profundidades que quebró el silencio al mismo tiempo que la mano se llenaba del semen de él. Abrí los ojos y vi mi mano lamida por su lengua, me estremecí de deseo, no era mi voluntad la que me guiaba era una fuerza que venia de mi mano recorría mi brazo y me poseía. El hombre lo noto, aparco el coche y comenzó a desabrocharme la blusa y quiso besar mi seno. Entonces la mujer decente se impuso a la mano y empujándole dijo con voz grave y firme.

-¿Qué haces? Por favor llévame a casa cuanto antes. No querrás que le diga a mi marido lo que estás intentando.

Él me miro con ira, mientras yo volvía a abrochar la blusa me ponía derecha. E insistí.

- Vamos, es tarde y mis hijas están en manos extrañas.

Él guardando su miembro, condujo en silencio con un gesto duro en la mirada.

Cuando llegamos a la casa me despedí de él como si no hubiera pasado nada. Me quedé tranquila por que sabía que ninguno de los dos hablaría de ello, ambos preferíamos pensar que había sido una alucinación debida al alcohol. No volví a asistir a cenas del trabajo de mi marido hasta que me enteré que ya no trabajaba allí. Esta vez tampoco me confesé, sentía que el hecho de haber podido imponerme a mi mano era signo de la firmeza de mi virtud.

Durante la infancia de mis hijas mi mano izquierda se había limitado a roces fortuitos fácilmente excusables por mi moral, cada vez mas abierta, al darme cuenta de que mi marido me era infiel. Ya no se limitaba a coquetear con las jóvenes y volver ardoroso a mis brazos, ahora las solía llevar a un hotel donde satisfacía sus deseos y venía a casa desganado. Yo comencé a no dar importancia a mi mano izquierda, casi diría que me gustaba que se comportara tan libre, y me dejaba arrastrar por ella en sus roces fortuitos en algún baile después de una boda, en las fiestas del pueblo... Tampoco había demasiadas oportunidades, mi marido no me pedía que le acompañara a las cenas de trabajo, y yo estaba plenamente dedicada a la educación de mis hijas.

Mis hijas ahora son dos jóvenes que están apunto de terminar su carrera, que solo me necesita para que las acompañe a las tiendas a comprar y abra mi monedero para satisfacer sus caprichos.

No he sido consciente del influjo de mi mano izquierda sobre mí hasta ahora. Ella me llevaba a dar paseos en autobús, me hacia sentarme al fondo casi siempre elegía un asiento cerca de algún emigrante a ser posible de color, le acariciaba los muslos, el brazo, alguna vez se metía entre los pliegues de la camisa o exploraba sus nalgas por debajo del pantalón. Rara vez mostraban desagrado casi siempre se prestaban a los roces, alguno tomaba la mano y la guiaba a partes más sensibles. Yo siempre reaccionaba como si nada de lo que sucedía tuviera que ver conmigo aunque me producía un placer secreto que solía terminar en mi casa con la ayuda de algún juguete que me había regalado mi marido. En un mundo en el que los principios se habían ido derrumbando poco a poco, lo que yo hacia, mejor dicho mi mano izquierda, me parecía un juego de niños.

Y así le debía parecer a ella que quiso buscar emociones más fuertes y selectas. Dejó de lado los autobuses, los vagones, de metro, los cines de barrio y comenzó a ir a restaurantes caros. ¡Que curioso! Siempre había hombres que comían solos. Me hacía pedirles como si fuera una mujer débil que necesita protección, que en realidad lo soy, que me permitieran comer con ellos y ellos, ¡también curioso!, accedían. Comenzamos a alternar con ejecutivos que venían de paso a la ciudad, senadores de otras provincias, mafiosos extranjeros que venían a limpiar dinero... El sistema aunque era cada vez distinto tenia unas constantes. Siempre elegíamos el mediodía, yo me arreglaba de forma casual pero elegante, daba mucha importancia al perfumen que usaba, solía ir enjoyada, lo justo para parecer que venia de una clase social alta, pero no demasiado para dar a entender que tenia la bastante cultura para no necesitar alardear. Mi pecho generoso unido aun cuerpo bien formado y sobre todo unas facciones algo infantiles, me brindaban la ayuda que necesitaba, un cierto candor junto a una dosis de sensualidad considerable.

Yo me había convertido en cómplice de mi mano izquierda, decepcionada de la vida que llevaba, me entregaba a sus juegos que al principio me parecían inocentes, y que ahora recubiertos de una cierto glamour, resultaban mas atractivos cada día. Elegíamos un restaurante de categoría, el dinero no importaba, casi siempre terminábamos siendo invitadas. Elegíamos el que parecía más tímido, mas desamparado, mas solo, más triste. Y le hacíamos sentir que su soledad, su tristeza, o desamparo era nada al lado del mío, lo cual no dejaba de ser cierto. Luego según la comida avanzaba; el vino o el champaña, en general prefiero el buen vino, el champaña me ha parecido siempre un tópico, mi mano izquierda comenzaba su actuación; sabia con exactitud que debía hacer, que tipo de caricia era la mas adecuada para romper la barrera que nos separaba; un ligero roce en el brazo, acariciar una calva como quien acaricia un diamante, posarse sobre una rodilla por debajo del mantel de forma tan discreta que nadie mas que él se percataba, una vez rota la barrera todo fluía, unas caricias llamaban a otras. Yo mantenía una compostura de reina, casi inalterable, con mi dulce sonrisa y mis ojos melancólicos, independiente de mi mano. Si ellos no tenían prisa, lo que a veces pasaba, solían pedirme que les acompañara al hotel a echarme una siesta con ellos. Rara vez acedía, me gustaban mas mis juegos solitarios que me libraban del sentimiento de culpa con el que terminaban estos encuentros. Solían pedirme el teléfono, otra cita, pero a eso nunca accedí, me gustaba mantener mi independencia y el misterio con que se rodeaban estos encuentros.

Todo había ido bien hasta hace un par de meses. Era una mañana de abril clara y tibia de principios de primavera, los árboles despuntaban sus primeras hojas y algunos estaban ya cuajados de flores. Habíamos decidido ir a un restaurante zen-japonés que acababan de abrir en una zona de edificios modernos llenos de oficinas de alto standing.

Me vestí para la ocasión con un traje de corte mao de seda negro con tallos de bambú en gamas de verde, me puse unos pendientes de jade haciendo juego con la sortija y un brazalete de oro labrado, un ligero maquillaje y un tenue color cereza en los labios, remarque los ojos para hacerlos parecer mas rasgados y recogí el pelo en un moño dejando la nuca desnuda. Hacia tiempo que no me arreglaba con esmero pero esa mañana tenia ganas de hacerlo, realicé cada gesto mientras me arreglaba como un ritual.

El perfume que elegí tenia un toque sobrio de cedro que sostenía la dulzura del magnolio.

Me miré al espejo y me sentí satisfecha de ser yo, esta emoción rara vez la tengo. Era pronto me dirigí al restaurante dando un paseo deleitándome en la belleza que se presentaba ante mis ojos. El restaurante no me decepciono. La decoración era de un gusto exquisito combinando el color hueso con los grises en una armonía deliciosa algún toque de madera daba la sensación de entrar en una atmósfera semejante a un cuadro de Zóbel pintor al que yo admiro mucho. Entré en el local con la sensación de quien va a ver a alguien que le espera desde hacia mucho tiempo y allí estaba él con la misma sensación de estar esperándome desde la eternidad. Era un japonés de unos cincuenta años delgado y alto, tenia el pelo cano y abundante y una mirada de estanque verde oscuro. No necesité decir nada por que él mismo hizo un ademán para que me sentara a su lado, eligió la bebida y la comida. Nos mirábamos sin hablar cuando mi mano izquierda se apoyó suavemente sobre su brazo, presionándole después. Entonces la recordé, no había pensado en ella en toda la mañana, pero estaba allí, haciendo su trabajo, enamorándolo. Él respondió a ese contacto con una chispa de brillo en los ojos como si el sol se filtrara entre las hojas de los árboles y iluminará el estanque. Sentí celos de mi mano que era capaz de despertar algo que yo hasta ese momento no había conseguido. La comida siguió tranquila la mano izquierda iba y venia de la copa de vino a acariciar sus dedos, o a rozar su mejilla, el una de las veces la tomo con la suya la llevo a la boca y beso sus dedos, sentí el contacto como de seda, pero un oscuro visillo nos separaba a ella de mí, el placer estaba unido al dolor, un dolor incierto una bruma que no era capaz de descifrar.

Cuando terminó la comida nos invitó a su hotel. Accedí, quizás con demasiada premura, una vez en el hotel la tomo entre sus manos y la acaricio con suavidad ella respondía con una inteligencia y sensibilidad que nunca hasta entonces la había visto usar. El resto de mi cuerpo también estaba allí intentando competir con ella en darle placer, mis besos me parecieron torpes, mis senos caídos, mi sexo rancio. Mientras yo me sumía en una triste desesperación les veía gozar de una forma casi obscena, ella acudía presta y delicada a todas sus necesidades, exploraba su piel, sus encías, sus nalgas, acariciaba cada rincón de su cuerpo, se amoldaba a sus protuberancias. Le oí gemir de placer varias veces, yo también lo hacia pero era ella la que usaba mi voz, y mi deleite dejándome arrinconada en algún lugar del cuerpo que yo no conocía. Al irnos vi que, como si fuera zurda, apuntaba mi numero de teléfono para concertar una nueva cita, algo que nunca habíamos hecho. Por la noche mientras mi marido dormía quiso complacerme y hacerme gozar para que me tranquilizara, lo consiguió, hizo que olvidara todo mi resquemor y que contara con ella cada segundo hasta el nuevo encuentro.

Cada día que pasa ella es la dueña y yo soy su esclava. Le ha pedido que se mude a vivir con él a Tokio y ella ha accedido. Cuanto más se acercan ellos más lejana me siento yo, he caído en un estado de olvido de mi misma. Por las noches veo a mis hijas durmiendo y admiro su belleza, mi marido me parece un hombre tranquilo que asume su decaimiento paulatino, y se ha vuelto hacia mí con una ternura que nunca antes le había conocido.

He pensado mucho estos días en como volver a sentir aquella sensación que antes tenia cuando mis hijas eran pequeñas y yo me sentía respetable.

Todo esta preparado, el alcohol, las vendas, el hacha y la caja con la dirección donde deben enviar la mano, esta nota contando todos los detalles por si a mí me pasará algo

En el sobre está escrito: “ Si tu mano peca córtatela”



Imagen: Mar Ernst

1 comentario:

mentecato dijo...

Buenísimo texto.

Un abrazo.