lunes, agosto 25, 2008



LA MESTRA DELS GOSSOS

¿Qué me lleva ahora a pensar en esos días de soledad, en que la única compañía que tenia eran los perros? ¿En qué se asemejan éstos y aquellos?

Me habían destinado a un pueblo a pocos kilómetros de la costa sin embargo reunía todas las connotaciones de pueblo agrícola . Los campesinos suelen ser más cerrados y más apegados a sus costumbres que la gente de mar, acostumbrados, éstos, a los contactos con el exterior. Era un pueblo pequeño construido en una colina, sus calles estaban sin asfaltar eran empinadas y sin gracia, el único atractivo era una plaza con una fuente de cien caños. Sentarse allí era una delicia por su frescor y musicalidad.

En esos días estaba terminando con una relación amorosa que se fue igual que empezó sin demasiadas explicaciones, de la que ambos guardamos un buen recuerdo. Vivía por aquel entonces en la casa de los maestros en un edificio de pisos que subvencionaba la municipalidad para nosotros. En el piso de arriba vivía el director del colegio que se había quedado viudo y en el de abajo su hermano que tenia una hija hidrocefálica, Ambos se quejaban continuamente de cualquier ruido que hiciera, no entendían mi costumbre trasnochadora, siempre molestos con mis paseos nocturnos por la casa.

El aula en la que daba las clases, era un semisótano de otro edificio de pisos, una nave desangelada en la que apenas entraba la luz, por la que se asomaban las madres a dar los recados a los niños. Teníamos que tener la puerta abierta para poder respirar, entonces oíamos el ruido de los vehículos y las conversaciones de todos los que pasaban por la calle. Mis perros solían esperarme a la puerta mientras daba clase,Mas parecía una pastora que una maestra.
Los niños eran de edades diversas, antes de la reforma podían repetir los cursos una y otra vez. Allí, pues, tenia unos cuantos perdedores que nunca habían conseguido aprender las tablas de multiplicar, pero que habían desarrollado otras cualidades. Tener muchachos mayores - los repetidores casi siempre eran varones- tenía sus ventajas, podías hacerles encargos como colgar cuadros, ir a comprar alguna cosa que se necesitaba o ir a buscar tizas hasta donde estaba el edificio escolar. Estar separada del resto de los maestros en realidad me parecía una bendición, me daba mucha independencia a la hora de programar actividades, hacer excusiones...etc. El recreo lo solíamos hacer en unos bancales que había detrás de la casa, eso sin duda era lo peor, tenia que vigilar al mismo tiempo la carretera por un lado y por otro que no cayeran por un terraplén. En un recreo un niño dio un tras pies al ir a parar el balón y fue a parar varios metros mas abajo. El incidente no tuvo mayores consecuencias, paso una semana en observación sin que se le detectara nada que no fuera la contusión y sus padres no me denunciaron....

Mi relación con los niños era buena, eran dispuestos y trabajadores y acogían todas mis propuestas con gran entusiasmo, así que en lo profesional me sentía satisfecha. En lo emocional era otro cantar.

Mi casa era una muestra de ascetismo, un colchón en el suelo, una mesa camilla , dos sillas de enea, unos pocos utensilios de cocina, y mis libros.... acostumbrada a cambiar de residencia cada vez que acababa un curso escolar había aprendido a reducir mi equipaje a mínimos... No conocía a nadie y nadie parecía interesado en trabar amistad conmigo, así que quitando las horas de clase y los fines de semana que salía (a veces visitaba a mi novio o él venia a verme, aunque esto fue sólo los primeros meses, por que la relación ya daba sus últimas bocanadas) Pasaba los días sola con mis perros, mis libros, bebiendo té y trabajando hasta bien entrada la noche.

Aquellos días tenia tres perros; Una mestiza de mastín de color canela, una perra inteligente, independiente y salvaje, a la que llamaba “Mora”, por que parecía que se hubiera pintado los ojos con kool. Un perro callejero, delgado y negro enamorado de la Mora y otro perro pequeño, alegre y simpático que mi hermana rechazó a los pocos meses de tenerlo y que yo adopté. Con esta tropa salia a pasear por los campos por las tardes después de la escuela, y esto me valió el nombre de “la mestra dels gossos” (La maestra de los perros)

Algunos días comía con una colega que vivía enfrente de mi casa, solíamos llevar al horno de pan una llanda con pimientos cebollas berenjenas y alcachofas, y allí se hacían al fuego de leña. Era una mujer que vivía con su hijo, padecía episodios esquizofrénicos y manías persecutorias así que las conversaciones solían versar en como la espiaban a través de la televisión, en determinados programas que ella me invitaba a ver y que yo declinaba diciendo que tenia mucho trabajo que corregir o que preparar. Por lo demás era una mujer ordenada y trabajadora que cuidaba de su hijo con mucha dulzura, su madre solía pasar temporadas con ella. Alguna noche pasaba a ver alguna película en la televisión, aunque la mayoría de las veces inventaba ocupaciones que no podía dejar, algún cuadro que estaba pintando, o algún tapiz que quería terminar, también escribía.... Otra maestra me pidió que le ayudara con las oposiciones pero su limitaciones mentales eran increíbles, incapaz de hacer los resúmenes de las lecciones acababa por completarlos yo, de nada servía por que de nada se enteraba, para bien de los niños nunca llego a aprobar. Un grupo de chicos que andaban normalmente por la calle venían a jugar a casa con los perros o a que yo les inventará historias.
Las noches de invierno eran largas.... el té, la música, y las palabras eran lo que mejor me acompañaba. Aun no se habían inventado los teléfonos móviles y tener uno fijo era impensable para solo unos meses. Vivía verdaderamente aislada con mis propios pensamientos.... Alguna noche salia a tomar alguna cerveza, no era frecuente que las mujeres solas fueran a los bares, elegí uno de un pueblo cercano, que aunque era bastante feo, daban buenas tapas y estaba regentado por una viuda y sus dos hijas, me llevaba bien con la camarera, y terminé dando clase a las dos hijas, unas muchachas perezosas de las que había que tirar para que hicieran algo, por lo menos después de tantos esfuerzos estas sí aprobaron. Las clases justificaban las cervezas que me bebía después y se esmeraban con la comida que me daban. Cuando volvía a casa me quedaba escribiendo y leyendo hasta bien entrada la noche con los perritos tumbados a mi alrededor.

El sorteo de los cursos se hace por antigüedad. como era la mas joven y acababa de llegar me dieron el curso que nadie quería. Se había hecho indeseable por que tenia varios repetidores que complicaban las cosas, especialmente uno que era retrasado como su madre, su padre tampoco tenia muchas luces aunque si muchos hijos, primero de una mujer y luego de otra. Este muchacho ya tenia quince años, mientras la mayoría estaban cumpliendo los diez, era grande y fuerte. Cuando se enfadaba se ponía a gritar y arremetía a golpes contra los niños, las madres si se enteraban irrumpían en el aula y le daban una somanta de palos. Yo intentaba calmar al muchacho, sacar a las madres fuera, y consolar a los niños. En este tipo de actividades se iba parte del día. Hacerle centrar su atención en algo era algo casi imposible. Aun no sé bien de que argumentos me serví para convencer a los padres de que le sacaran de la escuela y le pusieran a trabajar y fuera aprendiendo un oficio. Tampoco recuerdo que artimañas emplee para convencer al dueño de la gasolinera para que le contratará como mozo. Así antes de un mes lo que parecía iba a ser un infierno se convirtió en la envidia de los compañeros. Decoramos la clase con laminas y tapices que realizaron los propios niños, las madres trajeron plantas, organizamos grupos de trabajo por afinidades de edades, para poder atender a todos lo mejor posible. Los repetidores no aprendían bien las tablas pero eran diligentes en arreglar desperfectos, hacer recados y otras tareas también necesarias. Entre ellos destacaba un muchacho que acababa de cumplir catorce años, era el mayor de muchísimos hermanos, su padre que era un buen encofrador solía abandonarlos a temporadas para beber y divertirse, mientras la madre trabajaba en lo que podía. Cuando volvía la madre le acogía y se dejaba hacer otro hijo. Esta situación le tenia deprimido, era mas maduro que los demás en todos los terrenos, había descubierto el sexo y se pasaba el rato tocándose y pedía permiso para ir al servicio varias veces al día. Ésto y dibujar calmaba su ansiedad. Tenia unas manos prodigiosas.... Para él la hora del bocadillo era imperdonable sacaba una barra de pan de medio kilo en la que navegaban unas esqueléticas lonchas de mortadela, lo comía con voracidad, posiblemente no hacia mas comidas que esa al día. Una tarde después de la vuelta de su padre llegó borracho a clase, no había comido y se tambaleaba. Como pudimos le llevamos al bar y pidió un bocadillo con mucha carne, me impresiono el placer con que la comía. Siempre que podía a él y a sus hermanos, que eran de los que les gustaba visitarme en casa, les invitaba a bocadillos con bien de relleno o a bizcocho que hacia especialmente para ellos.

El resto del grupo, acostumbrados a trabajar bajo el terror del retardado, cuando se vieron libres se esponjaron y empezaron a lucir en su verdadero brillo, al terminar el curso se habían convertido en piedras preciosas, que todos deseaban. Eran verdaderamente lindos. Recuerdo a casi todos ellos. Había una niña bajita con cara de mujer que la habían destinado a cuidar a sus padres cuando fueran mayores, carecía de interés por el estudio, aunque le gustaba mucho que yo leyera historias, nunca se cansaba de escucharme, era una niña servicial y hacendosa, insistía siempre en ayudarme en la labores de limpieza del aula. Nunca acabé de comprender su aceptación por el papel en la vida que le habían destinado desde la cuna. Siempre me he preguntado si finalmente no se rebeló. Todos tenían cualidades que les hacían distintos de los demás y únicos a mis ojos.
Algunos estaban superprotegidos, otros estaban medio abandonados y los mas estaban sencillamente bien cuidados.

Leandro era un muchacho alto y fuerte para su edad, un niño con mucho sentido del humor, al que le gustaba caricaturizarnos con gran acierto, disfrutábamos mucho con sus actuaciones que reíamos y aplaudíamos con entusiasmo. Venia a la escuela seguido de un pastor alemán, sus antiguos dueños cuando se habían trasladado de pueblo lo habían abandonado, el can esperaba en el portal de su antigua vivienda la vuelta de sus amos y nadie le hacia cambiar de opinión, solo obedecía al chico por que vivía en la casa contigua y era el que había asumido la responsabilidad de darle de comer y de beber. Todas las mañanas le acompañaba, se tumbaba al fondo de la clase y se iban juntos al terminar, era un animal querido de todos.
Un día Leandro vino llorando con el perro en brazos alguien le había pegado una paliza tenia una oreja rota, le sangraba una ceja y no podía apoyarse en una de las patas. A la hora de comer los niños abrieron sus huchas y entre todos juntamos dinero para llevarlo al veterinario del pueblo de al lado que ya me conocía. Cuando terminamos las clases lo montamos en el coche y fuimos allí. El dinero era simbólico por que el tratamiento resultó mas caro, el veterinario conmovido por los niños tomo el dinero que llevábamos y no pidió más. A la mañana siguiente al ir a abrir la clase encontré una nota pegada en la puerta “Por esta vez te has librado, ándate con cuidado”. Nadie estaba seguro de quien había sido el agresor y se barajaban dos o tres personas, un par de borrachos que cuando les cerraban los bares la emprendían con las farolas y un guardia municipal, al que su mujer le había abandonado, y había tenido algunos episodios de agresividad.

A las pocas semanas el perro estaba bien y yo, inmersa como estaba en un proyecto artístico, me había olvidado por completo de la nota. Los mediodías tenia niños que venían a pintar, hacer abalorios, o tapices según fuera su afición. Mientras trabajaban Uno de ellos leía , nuestros favoritos eran las fabulas de Leonardo Da Vinci y los cuentos rusos con su famosa bruja Baba-Yaga. Dos tardes a la semana ensayábamos teatro para la actuación de fin de curso. A estas alturas aunque seguía siendo un personaje extraño para ellos y seguía sin hacer amigos los padres admiraban mi trabajo lo mismo que muchos de mis compañeros. El director y su hermano seguían protestando por todo, enfadados conmigo por mi absoluta indiferencia hacia ellos, actuando como si no me enterara de lo que les molestaba.

Llegó la primavera, los naranjos florecidos llenaban el aire con su aroma y los nísperos hacían doblarse las ramas de los arboles con su peso. Por las tardes subía la colina hasta el castillo medio en ruinas y desde allí si el día era claro se podía divisar el mar. Eran días de fiestas de moros y cristianos y cada pueblo representaba algún episodio de la reconquista, las noches olían a pólvora. Todos nos sentíamos más felices.

El mes de Junio sólo se trabaja por las mañanas, esto me permitía por las tardes conducir hasta la playa y jugar con mis perros a tirarles piedras y verles meterse en el agua, y darme yo un chapuzón también. Ya faltaban pocos días para hacer mi hatillo y volar a otro lugar. Sin embargo este alivio fue momentáneo una mañana cuando llegué, los alumnos me estaban esperando. Excitados unos, llorando otros, hablando todos a la vez.
.-Tranquilizaros ¿Qué pasa?
Entonces se apartaron de la puerta y pude ver el espectáculo, el pastor alemán estaba destrozado y sangrando delante de la puerta, me acerqué a él pero no había nada que hacer. Sobre la puerta había una nota. “Esto es lo que hacemos en este pueblo con las personas que no se adaptan a las normas” Las lágrimas caían por mis mejillas y mi corazón estaba totalmente encogido pero no podía dejar que lo notaran los chicos. Entramos al perro dento de la clase. Subí a mi casa a por una sabana para envolverle. Limpiamos todo y por la tarde le enterramos.

Hice todo lo que estuvo en mi mano para terminar el curso como si no pasara nada, pero la verdad es que estaba muerta de miedo y de tristeza. Nunca supimos quien había sido. Ni yo he regresado más por ese pueblo.

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4 comentarios:

ybris dijo...

Yo comencé a dar clases el año 1965.
Ya a un par de meses de mi jubilación podría contar mil experiencias de todo tipo.
Eso tenemos los maestros.
Lo tuyo es impresionante. Y muy bien contado.
A veces gusta recordar hasta lo que quisiera uno olvidar.

Besos.

S. M. L. dijo...

Una historia conmovedora, llena de pequeños episodios. Me imagino que forma parte de tus memorias. Me ha gustado mucho, sobre todo esa galería de personajes.
Un abrazo

Esther Hhhh dijo...

Vaya Fortu, me has sorprendido... Juraría (y creo que no me equivoco) que te has apoyado en tus recuerdos de Pego i les valls, para describir el pueblo. Diría que más que Pego, es alguno de los de la Vall de la Gallinera. Ahora no recuerdo cual es el que tiene una fuente también con muchos caños, aunque creo que no son cien. No sé, ahora mismo no lo recuerdo.

Me ha gustado la historia, pasearme por esos sitios que tan bien conozco y ver a esa profesora, maestra y amante de los perros, con sus tres amigos... Por cierto, una pequeña corrección: es "dels gossos". "Des" más bien es en francés ;-).

Besitos

Margot dijo...

Una buena historia, Fortu, cruzada entre sus pensamientos y el resto de los habitantes que nombras.

Tan cotidianas y fáciles de tocar.

Un beso!